viernes, 14 de marzo de 2008
Ortega filósofo
En numerosas ocasiones he sido testigo del cuestionamiento del valor filosófico de Ortega. Se le suele degradar apelando a su condición de divulgador y articulista. Ciertamente, algo de eso hay. Porque es verdad que la práctica totalidad de su obra se reduce a artículos periodísticos. Entre dichas obras se cuentan La rebelión de las masas y España invertebrada, sus dos libros más conocidos y que no son sino meras recopilaciones de artículos ya aparecidos en prensa. Además, uno de los premios más prestigiosos que se otorgan al periodismo en España lleva su nombre. Y también, no hay que olvidarlo, fue profesor de filosofía, en la universidad y fuera de ella (tras su regreso del exilio, no se le permitió recuperar su cátedra, por lo que fundo un "Instituto de Humanidades". Todo esto hizo que su estilo fuera directo y rápido, con una fluidez envidiable. Y esto, claro está, no deja de ser un rasgo que en muchos filósofos, por no decir que en todos, está ausente. Efectivamente, la filosofía es una labor oscura y compleja, a menudo llevada a cabo en siniestras cavidades mentales, desde las cuales es muy difícil escribir nada medianamente inteligible que pueda ser leído y mínimamente comprendido por gente ajena. Ortega no parecía estar en esta onda, al menos al escribir. Y luego estaba su talante divulgativo. Con ese estilo tan suyo, es esforzó porque la filosofía penetrara en nuestro país. Así, no es extraño ver artículos sobre Kant en los periódicos en los que colaboraba. Y también fundó editoriales desde las que fomentó la traducción de autores como Husserl, Russel, Simmel o Brentano, por poner algunos ejemplos. Esta ambición divulgativa tampoco agrada mucho a la clase filosófica, que gusta de esa oscuridad de la que hablaba, en parte porque el objeto de la filosofía es obtuso y huidizo, lo cual hace que el filósofo a veces se interne en regiones demasiado umbrosas.
Estos son algunos de los motivos que han llevado a un cierto desprecio de Ortega dentro de los círculos filosóficos. Sin embargo, pocos como él en España estuvieron al tanto de lo que se movía en la filosofía de su tiempo. Sus estancias en Alemania le pusieron al corriente de los principales autores y corrientes de su tiempo, y pudo ver el páramo que era España en ese sentido. De ahí su voluntad ilustradora. Y también de ahí que fuera más conocido fuera que dentro. En algunos de sus temas se notan estas influencias, y sus desarrollos, a pesar de su bella escritura, se pueden rastrear profundos pensamientos. Incluso hay quien ha señalado (él mismo lo hizo), que algunas ideas y conceptos que Heidegger hizo famosos en Ser y tiempo ya fueron expuestos en una conferencia dad por Ortega quince años antes.
A pesar de ello, no les falta cierta razón a los detractores, porque la brevedad de sus textos (el hecho de aparecer en revistas y periódicos no le dejaba mucho espacio para sus desarrollos) y la brillantez y claridad de su prosa lastran los aspectos filosóficos. Por ello, muchas veces sucede que es más interesante lo que sugiere, lo que deja en simples esbozos o entre paréntesis, que el tema central del que está hablando. En esto, Ortega es un auténtico maestro. Es capaz de, hablando de un determinado cuadro, de una jornada de caza o de algún torero, colar, como quien no quiere la cosa, auténticas cargas de profundidad. Cargas que, es verdad, podrían ser mejor exploradas y desarrolladas, que dejan la sensación de que se están desperdiciando ideas importantes. Pero que, a alguien que como yo concibe la filosofía como un quehacer indéxico e incompleto (que apunta, que señala, pero que no llega ni puede llegar a decir con absoluta rotundidad nada), es muy sugerente e interesante.
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3 comentarios:
Lo hermoso de la filosofía es, precisamente, su infinidad, nunca es conclusa y siempre se puede ir más y más allá de la simple lectura.
Dejemos las teorías absolutas a los científicos y disfrutemos de la belleza de la duda.
un apote sobre la fotografia: no se dio cuenta que la nariz de heidegger es muy parecida a la de ortega?
Pues sí que es verdad... ¿será que la filosofía es cosa de narices?
Lo que sí me había llamado la atención de la fotografía (a parte de la señora como fantasmal de atrás) es que, mientras Ortega mirá a Heidegger mientras le estrecha la mano, éste mira hacia otro lado, lo cual le da un aire de falsedad al saludo (aunque vaya usted a saber, qué es lo que captaba la atención de Martin en ese momento).
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