sábado, 8 de marzo de 2008
El ritual del voto
Toda sociedad tiene y necesita rituales. En ellos se retroalimenta y se refuerza. En general hacen referencia a momentos fundacionales, en los que se recuerdan las raíces comunes y se saca a la luz aquello que a todo el grupo debe unir, haciendo más fuertes sus lazos. Se trata de jornadas sueltas o períodos en los que la norma habitual queda a un lado, pero en última instancia no tienen otro objetivo que el de fortalecer el seguimiento de la norma. En el tiempo del ritual todo queda en suspenso, y a pesar de ello la sociedad contnúa. Tal vez por ello se asocie el ritual a lo sagrado, porque, aunque todo lo habitual queda suspendido, la sociedad no sufre menoscabo, manifestándose así la ayuda divina o de las fuerzas sagradas, que, gracias a nuestras oraciones, actos y oblaciones, garantizan la permanencia de la sociedad.
En las sociedades modernas y democráticas como suponemos a la nuestra, caracterizadas por la apertura y la heterogeneidad interiores, no hay ninguna instancia externa a ellas que las garantice (es decir, dios, dioses, espíritus o fuerzas, lo cual le dota de una mayor debilidad y fragilidad, ya que puede albergar en sí misma el veneno que acabe con ella), sino que el principio rector y vertebrador es la ley, que en definitiva emana del conjunto de la ciudadanía, a través de una mayor o menor cadena de representaciones (cada sociedad se articula de distinto modo). Por eso, el momento de mayor intensidad ritual se da cuando hay que poner en marcha esa cadena, cuando se elige a los representantes que elaborarán las leyes que nos han de regir. Con la disolución de las cortes se procede a la entrada en el período de anormalidad y suspenso. Toda la actividad "normal" de las instituciones del país quedan en el aire, expectantes. Se vive una anomalía. Y luego viene la campaña, altamente ritualizada: la pega de carteles, los mítines, la publicidad..., todo está sometido a unas pautas más o menos fijas, que psicológicamente influyen en la sensación de gran trascendencia que tiene el asunto. Pero la intensidad aumenta, y se llega a estos días: jornada de reflexión y jornada electoral. Los verdaderos días sagrados para nuestras sociedades. La seriedad con que se habla de la reflexión hoy recuerda a la contricción de la misa, en la que se repasan los pecados cometidos y se da la opción de confesarse para mejor entrar en la fase auténtica de la misa. Y luego está el día de ir a votar, también altamente ritualizado, con sus cabinas-confesionario, sus colas, su mesa electoral (que parece un tribunal) y el acto de introducir la papeleta (que no hace uno mismo, sino que la hace el presidente de la mesa), dotan al asunto de un aura sagrada necesaria para que la sociedad y el sistema democrático sigan adelante.
La racionalidad que alimenta el sistema, unido al hecho ya señalado de que no hay ninguna entidad tiránica exterior que exija nada, han posibilitado la ausencia del sacrificio en nuestros rituales electorales (aunque en el lenguaje de la noche electoral, en el que hablar de victoria y derrota, y sobretodo de derrotados, se cuele un cierto sacrificialismo, sobretodo cuando una derrota acaba con la vida política del algún candidato). Sin embargo, y desgraciadamente, algunos grupos están convirtiendo en costumbre el sacrificio sangriento en fechas de elecciones. Ellos son ajenos a lo democrático, por eso piden sangre, y haciéndolo en las fechas en que lo hacen, lo único que tal vez estén haciendo es subrayar, a su criminal manera, la importancia del asunto y lo sagrado de los días en que nos encontramos ( ya también contribuyendo a ello).
Ante esto, y dicho lo dicho, sólo queda, como en los días de fiesta, desearles muchas felicidades a todos ustedes.
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