lunes, 3 de marzo de 2008

Encuentros noctámbulos


Sábado noche. 2 de la madrugada aproximadamente. Semáforo de la Avenida Portugal en la confluencia con el Paseo Mallorca, a la altura de los Institutos (información inútil para quien no conozca Palma, pero a veces los detalles son lo más importante del relato, amigos). A esa altura, las Avenidas tienen cinco carriles por sentido, y en la dirección hacia Sa Riera dos de ellos están reservados para girar a la izquierda y encarar el Paseo Mallorca (me acabo de dar cuenta, con cierta sorpresa, de que tal vez sea la única avenida del país en la que se circula por la izquierda). Me encuentro el semáforo en rojo, y por lo tanto me toca esperar el cambio de luz. A esas horas, una avenida que a otras horas es un atasco y un continuo pulular de vehículos está completamente vacía. Soy el único coche que se ve. Pero no soy la única persona. A mi izquierda, parado justo en el bordillo de la acera, hay un anciando. Imposible determinar su edad, pero calcuclo que tiene más de setenta años. Es alto y delgado, lo cual lo hace parecer aún más largo. Viste de negro. Completamente de negro. Está inmóvil bajo la luz de una farola, mirando hacia la calzada. Se le ve pálido y la mortecina luz subraya unas profundas ojeras. Me inquieta. No el hombre en sí, sino el contexto (calle vacía, él y yo solos...). Y su inmovilidad. No puedo apartar mi vista de él, la escena tiene algo de hipnótico.

¿Qué hace ese hombre ahí a esas horas? No hay ningún paso de peatones ahí donde está, y tampoco vienen ningún coche, así que no debe estar esperando para cruzar. Si hubiera una parada de autobús podría estar esperando el próximo, pero a esas horas no hay autobuses. ¿Espera a que pase un taxi? A la vuelta de la esquina hay una clínica privada, y en la manzana contigua está el Hospital General. Tal vez sea el familiar de alguien ingresado y ha salido a tomar un poco el aire. ¿Pero porqué está tan quieto? Mi cabeza está embotada, y me encuentro medio mareado. En este estado es difícil pensar mucho, y me veo atrapado en lo extraño del momento. Mi lógica está un poco anulada. Y mi inquietud va en aumento.

Cuando el semáforo se pone en verde y por fin puedo arrancar, viene lo más sorprendente. Al parecer el hombre me estaba mirando a mi, porque sigue con la cabeza mi movimiento. Y yo también lo he estado mirando. No me ha dado ninguna buena pinta, y me alegro de poder haberlo perdido de vista. Mi inquietud se esfuma al tener que empezar a buscar aparcamiento para poder seguir la "juerga", pero la imagen del señor bajo la farola aún no me la he podido quitar de la mente.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Es verdad eso. Hay personas a las que uno ve fugazmente en un momento determinado de su vida y siguen ahí en la mente de uno, incordiando. Muchas novelas empiezan así, con una imagen que no cuadra, tirando del hilo e intentando responder las preguntas que se te plantean. Porque a veces sólo hay una manera de alcanzar la verdad: imaginándola.

Pues Sonia y yo íbamos una tarde por Córdoba, y estábamos esperando a cruzar por un paso de peatones cuando de repente, como surgida del asfalto, apareció al otro lado una mujer vieja, encorvada, vestida de negro, con toda la pinta de una bruja de aquelarre. Sin esperar a que el semáforo para peatones se pusiera en verde, cruzó. Nosotros también. Al cruzarnos con ella, la vieja se empezó a carcajear y señaló a su izquierda, como advirtiéndonos de que por allí venían coches. Nosotros nos paramos un segundo para asegurarnos. No venía ningún coche. Seguimos andando. Y al llegar al otro lado yo miré hacia atrás y la vi de espaldas, alejándose, caminando a pasos cortos pero rápidos y braceando mucho, como si la bruja fuera a convertirse de un momento a otro en lechuza y fuera a emprender el vuelo…

Jarttita. dijo...

Jjajaa, no, así no fue. El pavor vino porque sí que nos habló, entre sus risas nos dijo: por ahí, por ahí vienen. Y salió corriendo.

Yo todavía tengo pesadillas con la anciana de la advertencia.

El Pez Martillo dijo...

Javi, lo has definido a la perfección, son imágenes que no cuadran, cosas que están donde no se las espera, y que por eso inquietan. Aunque si te digo la verdad, lo mío no es nada comparado con lo vuestro. La historia de la vieja sí que es perturbadora.

Saludos a ambos.

Anónimo dijo...

Me alegra comprobar que no soy la única a la que le suceden cosas raras...
Amigo PEz, sólo un inciso, el hecho de que el viejo de negro le estuviera mirando no sería un acto reflejo del suyo? Puesto que usted mismo lo estuvo observando... Póngase en el lugar del otro... el hombre estaba bajo la farola por el motivo que fuese, y de repente se encuentra que el conductor del único coche que hay en toda la calle le está mirando fijamente...

Un saludo para los Alfa

El Pez Martillo dijo...

Perdones usted, musa huida, pero a cosas raras a usted no hay quien le gane. Lo mío es sólo tontería.

Sobre lo que sugiere, lo he pensado. Claro que a lo mejor él me miraba porque yo le estaba mirando. Pero seguro que yo no le inquieté tanto como él a mi (o sí).

Un saludo transmediterráneo.

Johannes A. von Horrach dijo...

Amigo Pez, creo que sé quien es el viejo. Si le hubiera usted dicho algo él le habría contestado:

"¿Quieres desir? Pues a mí me disen Miquelet!".

El Pez Martillo dijo...

jajajajaj