«Tú, que con lanza de fuego,
rompes el hielo de mi alma,
para que efervescente corra al mar,
a la más alta de sus esperanzas,
cada vez más clara, cada vez más sana;
libre en el deber más lleno de amor,
por eso ensalza los milagros que haces tú,
¡el más bello de los eneros!»
para que efervescente corra al mar,
a la más alta de sus esperanzas,
cada vez más clara, cada vez más sana;
libre en el deber más lleno de amor,
por eso ensalza los milagros que haces tú,
¡el más bello de los eneros!»
Enero Santo. Así tituló Nietzsche el cuarto libro de La gaya ciencia, debido al estado de gracia que experimentó en ese mes del año 1882. Los problemas de salud que le atormentaban desde hacía años desaparecieron, y en una excitación sin precedentes, pudo escribir sin ninguna clase de molestia. En su peregrinar por Europa en busca de las condiciones idóneas para su salud (era hipersensible a los cambios de clima, y continuamente se tenía que estar trasladando en busca de un tiempo templado y claro), había recalado en Génova, y allí se encontró con un enero apacible. Despejado, sereno, ese clima no pudo sentarle mejor, y se nota en lo que escribió durante ese tiempo, una prosa inflamada, apasionada, ágil, sugerente y rica en imágenes poéticas y pensamientos.
Pero la calma no sólo sigue a la tormenta, sino que también la precede, y la tormenta llegó en abril, en forma de mujer. A partir de entonces pasaron unos meses de ilusión, sufrimiento y desesperación. Y así, desesperado, llegó el filósofo al siguiente enero, el de 1883. En eĺ, lejos de la tranquilidad de un año antes, pero preñado de dolor, engendró su más bella criatura, la obra por la que más se le ha conocido: Así habló Zaratustra. También fue en Italia, en la tranquila localidad de Rapallo, y también en un enero apacible e inhabitualmente sereno, lo cual volvió a repercutir en una cierta salud y facilidad creativa.
Y es que el mes de enero en el mediterráneo es de una serenidad pasmosa. Tal vez los días más tranquilos del año estén en enero. Los más fríos también. En Mallorca hablamos de "ses calmes des gener" (las calmas de enero). El cielo es de un claro azul, y hay dias enteros sin ninguna nube. El mar está liso (de una planície increíble), y ni siquiera la mínima ondulación lo perturba. Apenas hay viento, y la gente, tímidamente, empieza a acercarse a la costa a pasear, anticipando la primavera que llegará en un par de meses.
Además, enero es el mes dedicado al dios Jano, el de las dos caras. Y en Nápoles, ciudad que Nietzsche conocía de unos años antes, se venera precisamente al Sanctus Januarius (San Gennaro), mártir andrógino, con características masculinas y femeninas (según la tradición, padecía pérdidas periódicas de sangre), que no parece ser sino una versión de ese dios pagano con dos rostros, capaz de mirar hacia atrás y hacia adelante desde el mismo punto. Y para quien esté un poco puesto en Nietzsche, esto nos lleva a un famoso pasaje del Zaratustra, donde se nos muestra el ahora como el punto en el que se encuentran el pasado y el futuro, el lugar en el que convergen. Todos somos jánicos, en nosotros se unen la flecha del pasado y la del futuro. Y todo (no es poco) lo que hemos de hacer es recogerlas y hacerlas nuestras.
Amor fati: esta es la enseñanza que le aportó a Nietzsche su enero santo. "Quiero aprender cada día a considerar como belleza lo que de necesario tienen las cosas; así seré de los que embellecen las cosas. Amor fati: sea este en adelante mi amor. No quiero hacer la guerra a la fealdad. No quiero acusar, ni siquiera a los acusadores. Sea mi única negación apartar la mirada. Y sobretodo, para ver lo grande, quiero en cualesquiera circunstancias no ser por esta vez más que afirmador"
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