jueves, 15 de febrero de 2007

Nietzsche y las mujeres I

Nieztsche con su madre en 1892, tres años después del "desmoronamiento"


"El verdadero hombre quiere dos cosas: el peligro y el juego. Por eso ama a la mujer: el más peligroso de los juegos" (Así hablaba Zaratustra).

"Las mujeres notan fácilmente cuando se han apoderado del alma de un hombre; quieren ser amadas sin rivales (...) esperan, enlazándose amorosamente con él, acrecentar al mismo siempo su propio esplendor" (Humano, demasiado humano).

"En la venganza como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre" (Más allá del bien y del mal).

Aunque con retraso, intento cumplir con lo que prometo. Hace unos días, en el blog de mi amigo Horrach, prometí que si él escribía algo sobre Schpenhauer y las mujeres, yo haría una entrada paralela sobre Nietzsche y las mujeres. Él cumplió con su parte hace un par de días, así que ahora me toca a mi.

Lo primero que cabe preguntarse es: ¿porqué Schopenhauer y Nietzsche? La respuesta es sencilla. Si hay dos pensadores que adornen su figura con el sambenito de misóginos son ellos dos, a pesar de que en general, los filósofos no se caracterizan por haber tenido buenas relaciones con el sexo contrario, más bien han sido bastante extraños y conflictivos . Estos dos en concreto desarrollaron en sus aforismos algunos ataques muy directos a lo femenino. Los dos eran alemanes, casi contemporáneos, y los dos tuvieron relaciones más o menos problemáticos con las féminas. Los paralelismos son demasiados, así que a la hora de hablar de misoginia, sus nombres surgen de forma casi automática.

Para empezar con el asunto, hay que señalar que el niño Nietzsche se crió en un ambiente fuertemente femenino. Su padre murió cuando él tenía apenas cuatro años, y desde entonces vivió entre su madre y sus tías, que le inculcaron profundas ideas religiosas (no hemos de perder de vista que el padre fue pastor protestante, y que ése era el futuro que esperaba al pequeño Friedrich). Además está la figura de su hermana, dos años más joven que él, compañera de juegos y por quien profesaba un gran afecto. El ambiente piadoso que se respiraba en aquella casa y la moralidad decimonónica, agravada por la religiosidad, marcaron una profunda huella en el joven pensador. Las figuras de la madre y la hermana habían de acompañarle toda su vida (la mdre murió tan sólo tres años antes que él), y serían las que le cuidarían en su desplome mental entre 1889 y 1900 (fecha en que murió). A pesar de las múltiples muestras de cariño que se manifiestan en la correspondencia, la relación entre los tres no fue fácil. Primero tuvo que lidiar con el disgusto materno cuando se negó a seguir los pasos de su padre, disgusto que se profundizó al manifestar Nietzsche algunas opiniones respecto al cristianismo y a la religión (incluso se negó alguna vez a ir a Misa, con el consiguiente escándalo). La solución fue la que se suele tomar en estos casos, ni la madre se metía en los asuntos de su hijo, ni él sacaba a relucir los temas religiosos ante la familia.

Con la hermana, la cosa fue algo distinta. Su relación siempre fue muy buena. Parece que se se comprendían muy bien. Pero llegó el día en el que ella decidió casarse con el líder de un partido antisemita, retirándole la palabra (hay que señalar la mala relación de Nietzsche con los antisemitas, a los que despreciaba). Tras la muerte del pensador, y ya desde sus últimos años, Elisabeth se encargó del legado de su hermano, recopilando cartas, manuscritos, organizándolos y manipulándolos. A partir de algunos esquemas para obras futuras que dejó él en sus apuntes, se permitió el lujo de recopilar las notas según sus intereses y de publicarlos. Fue una de las artífices de que Hitler y su movimiento adoptaran al filósofo como uno de sus ideólogos, llegando a organizar una visita del líder alemán al archivo Nietzsche en Weimar.

La relación entre Nietzsche y sus familiares es ambigua y pasó por altibajos. Popr momentos se distanciaban, y en otros se acercaban y hasta parecía que se llevaban bien. La correspondencia es muy correcta y formal, pero a veces se nota un cierto tono de tirantez. Más allá de estos detalles rosas, cabe señalar que llegó un punto en que apenas se veían, debido a la naturaleza errante del filósofo. Restreando en su biografía, nos damos cuenta de que a partir de la época de Basilea, cuando fue catedrátrico de filología en su universidad, las visitas quedaban reducidas a las fiestas navideñas, y casi siempre iban acompañadas de uno de sus ataques de migraña.

La naturaleza de estos ataques que sufría Nietzsche ha sido muy discutida. Se trataba de ataques que duraban entre uno y tres días y que cursaban con cefalea intensa, vómitos, fotofobia, debilidad extrema que le obligaba a permanecer en cama. A pesar de las discusiones, hay cierto consenso en que se trataba de sífilis, lo que nos lleva al capítulo de las relaciones amoroso-sexuales en la vida de Nietzsche. Las hipótesis en torno a la sífilis afirman que se contagió en una visita a un burdel en su época universitaria. La verdad es que no nos han llegado referencias de ello (entre otras cosas por el afán manipulador de su hermana, que intentó borrar todo lo que pudiera representar una mancha para la familia), pero sí que conocemos una anécdota que relató uno de sus amigos, Paul Deussen, en una carta, y que recrea Thomas Mann en su obra Doktor Faustus. Se trata de una visita a un burdel en la que Friedrich, intimidado por las mujeres que allí había, desvió su atención hacia un piano, que no dejó de tocar en todo el tiempo. La imagen que nos da esta anécdota no es precisamente la de alguien habitual en esos ambientes, sino más bien la contraria, la de un hombre intimidado por la mujer (o por la idea del pecado, fruto de la educación religiosa que recibió).

No se le conoce ninguna relación seria. En su correspondencia de juventud se refiere a algunas jovencitas, y manifiesta cierto interés en ellas. Más adelante llega a manifestar deseos de encontrar una mujer y casarse, pero no sabemos si es un mero afán de seguir la corriente a la que obligaba la sociedad de la época o un deseo sincero, porque en otros puntos llega a afirmar que un pensador no necesita de ninguna mujer, puesto que resultaría un estorbo para su pensamiento. Lo que nos lleva de cabeza al affaire Lou Salomé. Pero como me estoy alargando, mejor lo dejo para mañana.

3 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Trato cumplido.

Ya lo dice el Eclesiastés (nunca leído tanto como se debería): aléjate de la mujer si lo que buscas es la sabiduría, pues la mujer es lazo para el alma. Grite conmigo, colega:
¡Fuera de la falocracia no hay salvación!

Amén

El Pez Martillo dijo...

Extra Falocratiam, nulla salus. Así tocamos nos acerrcamos al tema de la salud.

Unknown dijo...

"pero no sabemos si es un mero afán de seguir la corriente a la que obligaba la sociedad de la época o un deseo sincero"

Con Nietzsche odiando a las masas y las obligaciones morales, dudo en gran manera, que la primera razón sea aplicable, tiendo más a pensar que su deseo primó.