He vuelto a Jünger y sus diarios. En su día leí Radiaciones, sus diarios de la segunda guerra mundial. Ahora me he puesto con todo desde los de la primera guerra mundial hasta el final de su vida, los cuales abarcan la práctica totalidad del siglo XX (vivió 103 años). Voy de nuevo por las radiaciones, y debo decir (de nuevo) que son una absoluta maravilla. Recordaba que hace diez años, cuando les hinqué el diente por primera vez, me dejaron muy buen sabor de boca. Pero no los recordaba tan brillantes. A lo mejor soy yo el que he cambiado y ahora sé apreciar cosas que entonces no vi. Entonces subrayé numerosos pasajes, y ahora le estoy añadiendo nuevos subrayados. No se trata de un relato de sucesos al uso. Es más, lo que menos hay son descripciones de hechos. Estos diarios son un compendio de reflexiones y observaciones a partir de los acontecimientos, que son expuesto de forma muy sucinta. Llama la atención la sutileza y el amor por los detalles. Cualquier cosa pequeña (por ejemplo, la contemplación de una flor en un jardín) le sirve a Jünger para elaborar ideas de altos vuelos.
Aunque las radiaciones estén escritas durante la guerra, esta no es más que un decorado sobre el que se desarrolla la vida. Tal vez porque buena parte de ellos se escribieron en el París ocupado por los nazis, a donde fue destinado y donde tuvo la oportunidad de codearse con las élites culturales de aquella capital (escritores, pintores...). Destaca el relato tranquilo y sereno, casi bucólico, de la guerra: es cierto que estaba lejos del frente, pero la imagen que se nos brinda va más allá del odio primario que el cine nos vende. Hay una normalidad que lucha por mantenerse en medio de la vorágine bélica. A pesar de formar parte del ejército ocupante, intentaba no usar el uniforme, y sólo en una ocasión se sorprende porque ha detectado el odio en la mirada de una tendera. Y sí, estaba en el ejército nazi, pero no comulgaba mucho con sus principios (de hecho, deja caer no pocas críticas), lo que motivó que aprovechara su situación privilegiada para servir de dique e impedir las atrocidades que estuvo en su mano evitar (parece ser que los mandos en París compartían esa idea), y muchas veces sorprende la delicadeza del trato que tuvo con prisioneros y gentes varias con las que se fue cruzando en el avance del ejército.
En definitiva, estos diarios de Jünger son una auténtica delicia, por las historias que relata (que a lo mejor no son muchas, pero las que cuenta son significativas y dan qué pensar) y por las reflexiones que hace. Altísimamente recomendables. Dan ganas de leerlos en bucle infinito, a ver si al final se pega algo de la forma de mirar de este hombre.