De hablar con mis camaradas de la guerra filosófica, me queda con la sensación que estamos demasiado centrados en autores. Parece que lo importante es saber los sistemas que las distintas personalidades que han ido elaborando, como si se tratara de una mera recopilación de citas e ideas, y al final se compitiera por quién es más erudito y ha memorizado más. Así se plantean las clases y los exámenes. Sin embargo, pienso que hay algo de erróneo ahí.
Entiendo la filosofía como el planteamiento de preguntas, como un ir abriendo melones problemáticos. Y las respuestas son sólo sendas hacia nuevas preguntas. Es un arte de lo abierto. Por eso, deberíamos enfocar más nuestra atención en los problemas, en sugerir, y utilizar lo que los otros dicen y han dicho como aderezo y matización, como campo de entrenamiento y trampolín para poder ir más allá. Sin embargo, nos quedamos en un eterno comentario de texto endogámico y muy a menudo autocomplaciente. La erudición por la erudición. Así se comprende el desprecio y la irrelevancia en que nos vamos sumiendo.
A veces pienso que hay que salir del fango académico.
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