Los efluvios del alcohol me jugaron una mala pasada. Me vi poderoso. Me vi capaz. Audaz. Pero era una falsa sensación. En realidad estaba más torpe de lo habitual. Y me lancé. Y caí. Con estrépito.
Al poco pude volver a sostenerme en pie. Un poco más encorvado, pero en pie. Un día caí en la cuenta de que ya no había dolor. Se había ido. Quedaba un ligero escozor, que con el tiempo ha llegado a ser placentero. Un nuevo matiz, un sabor inédito: un cromo no repetido en mi colección. Está bien así.
¿Lección aprendida? Lo comprobaré la próxima vez que me junte a beber contigo.
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