Ayer por la tarde asistí a una mesa redonda sobre blogs. Como espectador. El lugar, uno de mis refugios palmesanos, la librería-bar Literanta. Entre los participantes, dos colegas blogueros y filosoferos: Horrach y el Rabino Satánico. Más allá de ir a arropar a los amiguetes en un acto público, me interesaba el asunto en la medida que soy bloguero. Así, Heineken en mano, me dispuse a atenderr a sus reflexiones, anécdotas y ocurrencias en torno a las preguntas que el moderador planteaba. Hasta que crucé la mirada con Kafka. No es un recurso para adornar el texto, literalmente crucé mi mirada con él.
La zona de bar de Literanta está decorada con retratos de escritores. Allí se reúnen, en silenciosa tertulia, Valle Inclán, Robert Graves, Proust, Camus, Hemingway... En una de las paredes, se pueden contemplar sus firmas y las de muchos más. Entre los retratos está el de Kafka (en concreto, el mismo que ilustra la entrada). Y ayer lo tenía delante de mí, a la altura de mis ojos. Cuando me di cuenta, me quedé un rato escrutando esos ojillos negros, que parecían estar apelándome, como en esos cuadros que parece que los ojos te siguen. Desde entonces, no pude evitar el mirarle de tanto en tanto, de buscar su mirada, abstrayéndome incluso de lo que en la sala ocurría. Por momentos, sólo estábamos yo y esa mirada intensa, que parecía estar examinándome. O mejor, sólo esos ojos, hipnóticos, turbadores, inquisidores.
Menos mal que contaba con el antídoto perfecto al otro lado del retrato, que evitó que Kafka me abdujera: una morena minifaldera con tirantes.
La zona de bar de Literanta está decorada con retratos de escritores. Allí se reúnen, en silenciosa tertulia, Valle Inclán, Robert Graves, Proust, Camus, Hemingway... En una de las paredes, se pueden contemplar sus firmas y las de muchos más. Entre los retratos está el de Kafka (en concreto, el mismo que ilustra la entrada). Y ayer lo tenía delante de mí, a la altura de mis ojos. Cuando me di cuenta, me quedé un rato escrutando esos ojillos negros, que parecían estar apelándome, como en esos cuadros que parece que los ojos te siguen. Desde entonces, no pude evitar el mirarle de tanto en tanto, de buscar su mirada, abstrayéndome incluso de lo que en la sala ocurría. Por momentos, sólo estábamos yo y esa mirada intensa, que parecía estar examinándome. O mejor, sólo esos ojos, hipnóticos, turbadores, inquisidores.
Menos mal que contaba con el antídoto perfecto al otro lado del retrato, que evitó que Kafka me abdujera: una morena minifaldera con tirantes.
3 comentarios:
Que envidia me da, amigo Pez. Como me hubiera gustado acompañarle a esa tertulia bloggera. Por cierto, habría compartido esa sensación de intimidad con Kafka conmigo, o ¿se la hubiera reservado para usted?
Saludos
Pues no quiero imaginar la envidia que le provocara saber que los Wonderbrass tienen nuevo espectáculo (se llama Esclatasangs) y que es la bomba (aún me duele la quijada de la risa)...
¿Es que se hubiera puesto usted celosa si no le hubiera contado lo mío con Kafka?
Ya estoy comprando un billete para ir a ver a mis queridos Wonders. Ay! ¿Cómo está palitos?
Y no, por supuesto que no me habría puesto celosa, es simple curiosidad femenina, ya sabe.
Saludos!!
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