Permítanme que inicie una nueva serie dentro de este blog, dedicada a los signos precursores del cataclismo que se avecina. Perdonen el tono apocalíptico, pero es que hace ya tiempo que mi pesimismo respecto al ser humano y sus comportamientos crece de forma imparable, al mismo ritmo que mi esperanza decae. Pero se me tranquilicen, que no voy a hablar de guerras, ni de hambre ni de enfermedad (eso lo dejamos para los agoreros religiosos, directores de cine, escritores y todos los que se salvarán al final). Ojalá sea esto un ejercicio más de decadentismo fin-de-siècle sin mayores consecuencias, pero convengamos en que, de haber un fin de los tiempos, vendrá con estos signos, sin grandes manifestaciones ni fuegos artificiales. Posiblemente el mundo se acabe y no nos enteremos (o, quién sabe, a lo mejor se ha acabado ya). Vamos allá.
El otro día tuve que soportar unos minutos de la infame Crepúsculo, basada en la ¿novela? homónima (que, como no podía ser de otro modo en estos tiempos, forma parte de una n-logía, porque ya no se saben escribir los libros de una vez, sino que hay que estirar el filón hasta la extenuación). La historia es sencilla y muy masticada ya: una historia de amor prohibida. En esta ocasión, entre una dulce jovencita y un vampiro (sí, otra vez la señorita que se enamora del malote). Pero un vampiro rebonico: un emometrosexual que no asusta a nadie.
Las historias acerca de vampiros (en genérico, entidades que se alimentan de la energía vital de otros) existen desde la noche de los tiempos, casi todas las culturas tienen seres parecidos. Pero la que todos tenemos en mente es la procedente del este de Europa, de la que se nutrió Bram Stoker para su Drácula. Aunque se trata de una obra maestra, con él empezó el declive de los vampiros, al pasar del folklore, de ser algo en lo que la gente creía, a ser un personaje de ficción más. Al menos aquí todavía era terrorífico el tema del vampirismo. Pero poco a poco, a medida que los tiempos se han ido ablandando, los vampiros han ido degenerando, pasando de seres brutales y seductores (de un erotismo evidente, precisamente a causa de su brutalidad y salvajismo) a unos inanes y bellos seres (nótese el cambio, antes la seducción venía del bestialismo, ahora de la simplona belleza estética). Tanto, que incluso ya tienen sentimientos "bellos". No es que no tuvieran sentimientos, pero antes eran de rabia y odio, así como ciertos conflictos interiores más edificantes que el amor adolescente del que ahora hacen gala.
El punto de inflexión definitivo lo puso Anne Rice con su Entrevista con el vampiro, y desde entonces, cuesta abajo y sin frenos. Porque aunque en el fondo todos buscan vender y sacar unas perras, lo triste es que se vaya a tiro fijo: a los jovenzuelos, que no tienen más criterio que el de dejarse llevar por una cara bonita. Y lo peor es que hombres y mujeres hechos y derechos se presten al juego. Pero bueno, mientras a mi me dejen con mi querido (pero no entrañable) Nosferatu, que hagan lo que les venga en gana. Eso sí, que no digan que les he avisado.
El otro día tuve que soportar unos minutos de la infame Crepúsculo, basada en la ¿novela? homónima (que, como no podía ser de otro modo en estos tiempos, forma parte de una n-logía, porque ya no se saben escribir los libros de una vez, sino que hay que estirar el filón hasta la extenuación). La historia es sencilla y muy masticada ya: una historia de amor prohibida. En esta ocasión, entre una dulce jovencita y un vampiro (sí, otra vez la señorita que se enamora del malote). Pero un vampiro rebonico: un emometrosexual que no asusta a nadie.
Las historias acerca de vampiros (en genérico, entidades que se alimentan de la energía vital de otros) existen desde la noche de los tiempos, casi todas las culturas tienen seres parecidos. Pero la que todos tenemos en mente es la procedente del este de Europa, de la que se nutrió Bram Stoker para su Drácula. Aunque se trata de una obra maestra, con él empezó el declive de los vampiros, al pasar del folklore, de ser algo en lo que la gente creía, a ser un personaje de ficción más. Al menos aquí todavía era terrorífico el tema del vampirismo. Pero poco a poco, a medida que los tiempos se han ido ablandando, los vampiros han ido degenerando, pasando de seres brutales y seductores (de un erotismo evidente, precisamente a causa de su brutalidad y salvajismo) a unos inanes y bellos seres (nótese el cambio, antes la seducción venía del bestialismo, ahora de la simplona belleza estética). Tanto, que incluso ya tienen sentimientos "bellos". No es que no tuvieran sentimientos, pero antes eran de rabia y odio, así como ciertos conflictos interiores más edificantes que el amor adolescente del que ahora hacen gala.
El punto de inflexión definitivo lo puso Anne Rice con su Entrevista con el vampiro, y desde entonces, cuesta abajo y sin frenos. Porque aunque en el fondo todos buscan vender y sacar unas perras, lo triste es que se vaya a tiro fijo: a los jovenzuelos, que no tienen más criterio que el de dejarse llevar por una cara bonita. Y lo peor es que hombres y mujeres hechos y derechos se presten al juego. Pero bueno, mientras a mi me dejen con mi querido (pero no entrañable) Nosferatu, que hagan lo que les venga en gana. Eso sí, que no digan que les he avisado.
2 comentarios:
Pues yo tengo que reconocer que me gustan las historias de vampiros. Incluyendo esas que usted tanto desprecia. Aunque mi vampiro favorito(en realidad es mucho más que eso) es Gary Oldman. Me encanta cuando aparece vestido con ese sombrero de copa y esas gafas tan Johnnlenianas.
Saludos desde aquí al lado
A mi tambien me gustan, pero no las de vampiros moñas. No vea usted el cabreo que me pille cuando en la peli esa revelan que al sol la piel a los vampiros les brilla. Vaya tomadura de pelo.Eso sí, le concedo que Gary Oldman fue un buen Drácula (al menos el más ajustado a la novela que he visto).
Saludos mallorquines.
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