Por unas cosas u otras, algunos amigos se pierden. La vida te va separando de sus caminos, y cuando quieres darte cuenta, tu amigo, sin que haya pasado nada digno de mención, se ha convertido en un extraño. Pero hete aquí que, un buen día, te reencuentras con ellos (a veces a través de otros viejos amigos comunes con los que sí se mantiene cierta relación), y es como si el paréntesis no hubiera existido. El velo de la extrañeza ha caído. Y te preguntas que cómo es posible que hayan pasado tantos años casi sin acordarte de esa persona.
Otras veces ocurre que mantienes contacto con alguien con quien sientes que hay poca cosa que te une. Alguien de quien podrías prescindir totalmente. Pero que, vaya usted a saber porqué (costumbre, comodidad...), no acabas de desprender de tu vida.
Finalmente, están los que están lejos (no sólo físicamente), pero a los que se siente cerca, que se sabe que están ahí, y con los cuales una llamada esporádica, un mail de tanto en tanto, una felicitación de compromiso, basta para renovar los votos de la amistad, para confirmar que sí, que siguen ahí, a mano.
Otras veces ocurre que mantienes contacto con alguien con quien sientes que hay poca cosa que te une. Alguien de quien podrías prescindir totalmente. Pero que, vaya usted a saber porqué (costumbre, comodidad...), no acabas de desprender de tu vida.
Finalmente, están los que están lejos (no sólo físicamente), pero a los que se siente cerca, que se sabe que están ahí, y con los cuales una llamada esporádica, un mail de tanto en tanto, una felicitación de compromiso, basta para renovar los votos de la amistad, para confirmar que sí, que siguen ahí, a mano.
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