Con las compañías telefónicas y de internet, esas que nos acosan día sí y día también llamándonos para ofrecernos el oro y el moro, me vuelvo un calientapollas. Escucho sus ofertas, les doy coba, les hago preguntas... Hago que pierdan el tiempo. Y cuando llega el momento de definirse, de dar el consentimiento, les lanzo mi negativa. Entonces se ponen a preguntar ellos, que si porqué no, que si no quiero la maravilla que me ofrecen... y yo que no, que no y que no. y se tienen que largar con el rabo entre las piernas (no todos, que el otro día me insultaron). Y yo feliz con mi pequeña (pequeñísima, minúscula, ridícula) venganza.
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