He de confesar que, como quien no quiere la cosa, todos los cinco de enero, si puedo, me dejo caer por la cabalgata de reyes, o me busco una excusa para ir (amigos o familiares con niños...), para ver si aun puedo sentir algo de la ilusión que de niño tenía. Sospecho que los adultos montamos todo el tinglado de los reyes con esa nostalgia. Y aunque no he vuelto a sentir nada remotamente parecido desde hace años, siempre me acuesto pensando en que al día siguiente tal vez encuentre algún regalo inesperado.
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