Hubo un tiempo en que me gustaba mucho Mike Oldfield. Incluso lo fui a ver cuando vino a Palma en el 99 (y me acabo de enterar que hace unos meses que vive aquí). A pesar de tener un estilo muy definido, me parecía que era lo suficientemente variado como para resultar interesante. Su carrera transcurre a lo largo de más de 35 años, en los que ha habido de todo. Empezó como bajista de Kevin Ayers. Sorprendió al mundo con 19 años en 1973, al publicar
Tubular Bells en un sello discográfico recién creado, de nombre Virgin. Se trata de un trabajo de carácter sinfónico, con dos únicas pistas (una para cada cara del vinilo) que duran en torno a los veinte minutos cada una en las que Oldfield tocaba más de veinte instrumentos. La famosa pieza inicial (se la puede escuchar en no pocos teléfonos móviles), una melodía simple a la que poco a poco se van añadiendo instrumentos en un crescendo espectacular, fue puesta sin su permiso en la banda sonora de la película
El exorcista, lo cual provocó la bronca con su discográfica, aunque ello contribuyó a su éxito. Los siguientes trabajos siguen en la misma línea, pero muestran un desarrollo y una creatividad exacerbados por aquellos años. Sus tres primeros discos, el citado Tubular Bells,
Hergest Ridge y
Ommadawn conforman una trilogía que, en mi modesta opinión, no ha conseguido igualar. Luego vinieron otros trabajos en los que se lanzó a una cierta experimentación. Con
Incantations jugueteó con el minimalismo, haciendo un disco complejo y difícil de escuchar, pero en ningún caso inferior a los otros. A prtir de entonces, ya consolidado como compositor de éxito, empezó a acercarse a la música más comercial del momento. Encaraba los años ochenta, y la mayor parte de sus discos de esta década tienen la misma estructura: una cara A formada por una pieza instrumental larga, y una cara B hecha de canciones al uso. De esta época son algunos de sus mayores éxitos para el gran público:
Family man,
Shadow on the wall,
To France,
Innocent,
Five miles out,
Islands,
Pictures in the dark y probablemente su canción más popular,
Moonlight shadow (aunque él nunca lo dijo, todo el mundo la interpretó como un homenaje a John Lennon, asesinado unos meses antes, y auqnue no lo es, así ha quedado para la posteridad). En parte, la gracia de estas canciones estaba en las voces femeninas que las interpretaban (muy pocas fueron cantadas por hombres): Maggie Reilly, Anita Hegerland, Bonie Tyler... Por el final de los 80, esta fórmula, que tanto éxitos le brindó, empezó a dar muestras de agotamiento. Esto, unido a las presiones que sufría por parte de Virgin, forzó algunos discos flojos y poco meritorios (en parte porque él quería forzar su salida de la discográfica). A pesar de esta tónica general de sus discos de los 80, tuvo tiempo para hacer alguna cosa distinta, como la magnífica banda sonora de la película
The killing fields (en España se tituló
Los gritos del silencio), uno de sus trabajos más premiados y también más infravalorados por la música, consistente en piezas de auténtica pesadilla combinadas con otras de un lirismo conmovedor (una muestra,
Evacuation y
Pran's Departure )
La tensión explotó con Amarok (
aquí un fragmento, prestar sólo atención al audio), en 1990, que es una especie de rabieta de Oldfield hacia Virgin. Resulta que hacía años que sufría presiones para que editara un álbum completamente sinfónico que había de llamarse Tubulars Bells II, pero él daba largas al asunto, refigiándose en discos cada vez más convencionales. Tanta llegó a ser la insistencia de Virgin, que sacó un trabajo sinfónico, pero no el que esperaban. Se trata de una única pista que dura exactamente 60 minutos (la aparición del CD le permitió el no dividir en dos partes, como había hecho con sus primeros trabajos) y queestá llena de sonidos extraños y ruidos más o menos integrados dentro de la melodía. En medio de toda la pieza, encriptó distintos mensajes en código morse en lso que ponía a caldo a Virgin y a su dueño, Richard Branson, lo cual provocó la salida de Oldfield de la discográfica que él solito, gracias a Tubular Bells, había sacado del anonimato. Antes de salir grabó
Heaven's Open, en 1991, disco totalmente prescindible y en que empezó a cantar él sus canciones.
Para completar su venganza de Virgin, lo primeró que grabó al cambiar de sello discográfico (se fue a Warner) en 1992, fue el
Tubular Bells II que le pedía Branson. Y lo hizo con un grandísimo éxito, que lo devolvió al primer plano del éxito tras unos años de flaqueza. Su estructura es la misma que en el primer Tubular Bells, sólo que con melodías algo distintas. A pesar de ser una segunda parte, es muy digno y se defiende muy bien. Con él entré en el mundo oldfieldiano. Los 90 empezaron fuertes para él, y tras las campanas empezó una deriva que le acabaría llevando a la repetición y a cierta decadencia. Pero no al principio. Empezó a abusar de los discos conceptuales, y tras un buenísimo
Songs of distant Earth (inspirado en un relato de Arthur C. Clarke) y un interesante Voyager (en el que pretendió retomar sus raíces folk celtas, que contituyeron sus comienzos, y en el que destaca una grandiosa pieza orquestal,
Mt. Saint Michel), empezó a repetirse y a transitar caminos en los que experimentaba con la informática. Se fue a vivir a Ibiza a mediados de la década, y allí tomó contacto con tendencias que no le han hecho ningún bien a su música, como el Chill-Out y los sonidos Techno, de los que dan muestra el Tubular Bells III (exprimiendo la gallina de los huevos de oro, a pesar del cual tiene
algún buen momento), el Millenium Bell (más de lo mismo, y además con grandilocuencia, pretendiendo recopilar en 11 temas todos los estilos de dos mil años) o el Guitars.
El nuevo siglo le pilló a Oldfield metido en estos proyectos, y tras dar un multitudinario concierto la nochevieja de 1999 en Berlin, sacó un par de discos del más purto Chill-Out (Tres Lunas y Light and Shade) y se se lanzó a un excéntrico proyecto de un extraño videojuego ideado por él y en el que su música ambientaba las distintas escenas (intenté jugarlo, pero es un poco tostón). Ahí fue cuando ya perdí un poco de interés en su música y le empecé a perder la pista, aunque de tanto en tanto dejo que mis aparatos reproduzcan algo suyo. En una nueva vuelta de tuerca, su último trabajo, de 2008, es
Music of the Spheres, un trabajo sinfónico a la antigua usanza, sin sintetizadores y con orquesta que, aunque por momentos se ceba en repetir algún esquema de Tubular Bells, ha cosechado muy buenas críticas y le ha relanzado en las listas de éxitos.
Para terminar, me gustaría destacar la conexión española y balear que Oldfield tiene, puesto que acostumbra a presentar sus discos en España, además de estar viviendo y haber residido en distintas partes. Allá por los inicios de los 90 era Galicia la que le servía de inspiración (allí conoció a Luar Na Lubre, de quienes versionó
O son do ar, transformándola en
The song of the sun). Y al final de la misma década, fue Ibiza, isla vecina en la que llegó a vivir unos años. Y ya he comentado al incio que ahora está viviendo en Mallorca. Pero la cosa va más allá, puesto que su relación con las islas la ha plasmado algunas de sus portadas, como la de
Incantations, una fotografía tomada en Menorca, en Cala Pregonda, y la de
Voyager, hecha en Ibiza, con el famoso islote de Es Vedrá al fondo.