martes, 31 de julio de 2007

Síndrome de Münchhausen


La psicología humana puede llegar a resultar sorprendente, alcanzando cotas de extrañeza increíbles. Uno de estos casos lo constituye la patología conocida como síndrome de Münchhausen. Ésta consiste en el fingimiento de enfermedades. No es lo mismo que la hipocondría, que sería más bien la creencia de estar enfermo, llegando incluso a desarrollar los síntomas, sino que se trata de inducirse a uno mismo los síntomas para parecer que se está enfermo y así llamar la atención y necesitar los cuidados médicos. Tampoco tiene que ver con el fingimiento de una enfermedad para obtener algún beneficio (una indemnización, una baja laboral...), ya que el fin último está en otra parte, mientras que en la patología que nos ocupa el fin es la enfermedad misma y los cuidados que se han de recibir.

Un caso especial dentro de esta categoría lo constituye el Münchhausen por poderes, que consiste en la inducción de síntomas no a uno mismo, sino a personas a nuestro cuidado, generalmente niños. Suelen ser madres hiperatentas con ellos, que acuden numerosas veces a las urgencias pediátricas, incluso de hospitales diferentes, y con síntomas que a veces resultan extraños y difíciles de clasificar (aunque no siempre, ya que en algunos casos son claros y muy "de libro"). Esto hace que se someta a los niños a pruebas médicas que no dan resultados claros. Si llegan a quedar ingresados, lo normal es que presenten una mejoría y un posterior empeoramiento al volver a su casa. Las madres suelen ser muy colaboradoras y muestran un gran interés en que se les hagan pruebas a sus niños, siendo en general muy bien consideradas por el personal sanitario. Y digo madres porque en la gran mayoría de casos son ellas las inductoras (que en verdad son las auténticas enfermas). Suelen insistir en que se les hagan pruebas a sus hijos, e incluso se muestran más celosas de lo habitual, reclamando un protagonismo inusual. Incluso desarrollan cierta memoria selectiva, olvidando lo que han hecho para enfermar a sus niños y creyendo que la enfermedad que padecen es real. Los métodos son variados, y van desde lo más burdo (dar eméticos para provocar el vómito, laxantes, pesticidas...) hasta lo más sofisticado (inyectar insulina o meter orina por los catéteres venosos, infectar heridas...)

Esta patología suele darse en hogares más o menos desestabilizados, habitualmente donde el padre apenas juega algún papel o se está desarrollando un proceso de separación y la madre busca un modo de llamar la atención. Además, en general e síndorma aparece en familias de calse media con estudios, muy a menudo relacionadas con el mundo sanitario (aunque parezca algo contradictorio, la mayoría de casos se dan en enfermeras).

Cuando se descubre algún caso, que por otro lado no son de lo más habitual, la reacción habitual es la rabia y la indignación, ya que resulta de lo más perturbador que una madre haga eso con su hijo. Porque tenemos muy arraigado en nosotros el asunto (casi me atrevería a decir el mito) del amor materno, que si bien es algo que está ahí, también es verdad que hay madres crueles, egoistas e incapacitadoras (muchas veces en aras de ese gran amor que proclaman por sus retoños). Y tal vez nos sorprendería saber, si se pudieran recontar, la cantidad de gentes que han muerto en la historia a manos de sus madres.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha interesado mucho tu mensaje. Yo también soy hijo de una madre resentida que pagó las frustraciones de su matrimonio con su hijo mientras la chusma, nido de mojigatos, la ponían de ejemplo de simpatía, amabilidad, trabajo y dedicación por sus hijos. Gracias a ella hoy sufro una enfermedad mental que me impedirá retomar mis estudios de filosofía.

¿Podrías dar mas información sobre este tipo de madres tóxicas y abyectas?


Os sigo a tu compañero Horrach, el del subuselo, y a ti con asiduidad.

Gracias.

Johannes A. von Horrach dijo...

Joder, estos casos de madres castradoras deben ser tremendos para quien los padece, aunque mi experiencia en este sentido no tiene que ver con mi madre, sino con mi abuela paterna, con lo cual la cosa es algo más indirecta.

Saludos y abrazos para Anónimo.

El Pez Martillo dijo...

Lo peor es que todos conocemos, de forma directa o no, a alguna de estas madres. Y lo más inquietante es que su labor desestructurante la hacen en aras del amor (porque las más castradoras tienden a ser las más amantísimas).
Aunque tenga poco que ver con la patología de la que hablaba (de la que no hay demasiados casos, aunque he visto alguno en primera persona), el asunto de las madres es muy jugoso, habrá que explorarlo.
Anónimo, gracias por tu seguimiento, ya sabes que puedes entrar aqui y comentar lo que quieras cuando quieras. Ánimo con lo tuyo y ya verás como tarde o temprano todo se tranquiliza.

Anónimo dijo...

Anónimo, imagino cómo debes sentirte.

He vivido de cerca algo similar.

Desde mi vivencia particular, quisiera que supieras que hasta que no he logrado desvincularme de mi pasado, no he podido iniciar una vida propia, mía.

Primero, la negación de lo que me ocurría; después el resentimiento, la ira, la rabia, emociones agitadísimas y muy bloqueadoras. Le siguió un odio que me dominaba en prácticamente todo. Sólo después del odio, cuando me di cuenta de que me estaba consumiendo a mí, me aparté. Me convencí de la necesidad de una vida nueva, limpia de todo lo que arrastraba, y así empecé. Atrás ha quedado lo que padecí. Ahora sólo puedo decir que me he distancia lo suficiente como para que no me produzca emociones "salvajes". Siento una profunda pena por esa madre que conocí y que no tiene que ver con la que yo imaginé que era.

¡Ánimo y adelante con tu vida!

El Pez Martillo dijo...

Gracias por el comentario, Duelo. Lo que describes es precisamente es, las fases del duelo. Pero como tú dices, al final se acaba saliendo, todo es cuestión de proponérselo, aunque a veces cueste.

Un saludo a todos.