domingo, 8 de julio de 2007

Carretera perdida


A pesar de ser una de las regiones con mayor densidad automóvilista (tocamos más o menos a un coche por habitante), todavía es posible encontrar carreteras solitarias en Mallorca, en las que circular es un placer. En mi afán por huir de las autopistas (son monótonas y yo, que soy dado al despiste, no me puedo permitir el lujo de distraerme a 120 km/h), a veces me gusta perderme por esos caminos perdidos y semiabandonados. Hoy reconvertidas a vías para cicloturistas, estas carreteras sirven casi exclusivamente para llegar a las numerosas casas de campo que pueblan toda la isla, a las que las gentes van a pasar sus fines de semana y a hacer sus "torradas" (barbacoas) domingueras. Aquí todos conocen a alguien con caseta en la que montar reuniones (o fiestas). En medio de esas casas, se pueden encontrar auténticos chalets de lujo sobre los que sólo cabe una pregunta: ¿De dónde habrá sacado el dinero (y la licencia) para construir eso? Entre los indígenas hay la sospecha de que se trata de alemanes o de gente relacionada con negocios turbios (a veces, tal vez más aanudo de lo que parece, las dos circunstancias coinciden).

Pero volvamos al tema de las carreteras. Decía que me encanta circular por ellas. De día son muy evocadoras, con sus "marjades" (muretes de piedra típicos de la isla) delimitándolas, muy a menudo cubiertos de matorral, que en algunos puntos invade la misma calzada. Las casitas, sus jardines y huertos a los lados, los animales que se pueden ver en los terrenos colindantes (vacas, ovejas, cerdos...). Todo es muy bucólico. Pero si hay un momento en el que el aura de estas viejas carreteras es muy potente es por la noche. La soledad y la oscuridad activan la mente, y empiezan a subir a la superficie de la consciencia historias de campamento. Los faros del coche iluminan tan sólo unmos metros por delante, y las siluetas de los árboles, recortadas contra la tenue claridad que la luna le da al cielo, son siniestras. Mirar por el retrovisor es ver la nada. Da la impresión de que el mundo se acaba en el maletero, y que esa nada va acercándose a uno, queriendo aniquilarlo. La conducción se convierte enun pulso a la oscuridad. Ocasionalmente, algún animal cruza la carretera, a veces muy rápido. Uno se imagina que habrá sido un gato, un conejo o una rata (una vez incluso vi un erizo), pero podría ser cualquier cosa, puesto que a veces sólo se ve una sombra en movimiento. A la vuelta de cada curva uno llega a esperar encontrarse con alguna autoestopista de aspecto pálido y desaliñado.

Y en medio de todo esto, un pensamiento. ¿Y si tengo una avería o cualquier clase de percance aquí en medio? Muchas veces no sé donde me encuentro (sólo podría dar algunas referencias vagas, como el pueblo que atravesé diez minutos atrás), así que sería todo un problema tener que quedarme ahí en medio parado, sin saber qué señales dar a los que tengan que venir a ayudarme. Las veces que llego a pensar esto, acabo buscando alguna salida hacia vías más transitadas.

2 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Lynch y Three mile pilot: carreteras perdidas (que en Lynch son metáforas sobre la sinuosidad de la identidad) y 'na boca du luppu'.

La sensación que tengo al atravesar estas carreteras secundarias a las 3 de la madrugada (con el 'Exercise one' de Joy Division en el cd) es de que te traga algo informe, un bicho al que no ves pero que te ciega. Esos desvíos oscuros parecen querer engullirte.

Sobre lo de perderse: bueno, Mallorca es pequeña y siempre lo acabarían a uno encontrando. ya sea la policía, la familia o una banda de groupies teutonas en celo.

El Pez Martillo dijo...

Una de groupies teutonas, por favor.