lunes, 9 de julio de 2007

Camposanto


Hace unos años, un círculo de poetas neorrománticos solicitó al ayuntamiento de Palma que abriera el cementerio por las noches, para poder ir a inspirarse. La petición no fue atendida, pero entiendo sus motivos. Los camposantos tienen una atmófera melancólica y evocadora, cargada de sentimientos, la mayoría negativos y tristes, pero también alguno positivo.

Recuerdo los primeros de noviembre de mi infancia, donde, a pesar de no tener nadie cercano, la tradición mandaba ir a dar un paseo por el cementerio. Allí, la multitud cargaba con ramos de flores e iba de aquí para allá. Mi visión infantil me hacía temer las tumbas, sobretodo las que estaban descuidadas y medio rotas, dejando ver la oscuridad que se escondía tras las lápidas. Siempre me encantó la parte antigua, con sus cruces rotas y ladeadas, las tumbas apiñadas, tanto que teías que caminar por encima de ellas, con el riesgo de que se rompieran bajo los pies, de tan deterioradas que estaban. Y siguen estando. La parte moderna es eso, moderna, fría, gris, con edificios de nichos y avenidas más amplias. Me quedo con la parte antigua, y sus ángeles y cruces, y sus monumentos dedicados a los caídos en distintas guerras.

De todo el cementerio, hay dos lugares especialmente tétricos. Uno de ellos, a escasos cincuenta metros de la tumba de mi familia (vaya usted a saber si yo acabaré ahí dentro también), son las catacumbas dedicadas a las víctimas de la gripe de 1918. Una escalera conduce a una serie de túneles sólo iluminados por las velas y algunas claraboyas que hay en el techo. Ahí abajo el olor a cera y a humedad es ominoso, denso y profundo. Bajar esas escaleras supusieron una especie de rito iniciático hacia los misterios de la muerte cuando servidor era un niño.

El otro lugar significativo es más luminoso, y pasa casi desapercibido, porque no esta en el recinto del camposanto. Es la tapia, el lugar en el que se realizaron los fusilamientos en la Guerra Civil Española. Una placa y algunos ramos de flores señalan el lugar, que seguro que mucha gente desconoce. Allí mataron al alcalde de la ciudad, Emili Darder, y en mi familia siempre se ha dicho que, si mi bisabuelo, que también fue alcalde republicano, no hubiera muerto a principios del 36, también habría acabado sus días allí.

Hace tiempo que no me acerco por el cementerio, a pesar de que ahora sí que tengo seres queridos allí. Casi todos los días, volviendo del trabajo, paso por delante de la puerta, y muchas veces le dedico algún pensamiento. La vida moderna hace que nos olvidemos de los muertos y de la muerte. La vía de cintura de la ciudad pasa por al lado de nuestro camposanto, ofreciendo una perspectiva interesante, pero tendemos a apartar la mirada, buscando otros lugares más amables en los que posarla. Pero tarde o temprano tendremos que pasar una temporada por allí.

4 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Para que vea: uno que presume de subsuelidades y detalles tétricos y resulta que nunca ha estado en esas catacumbas del 18 que tienen una pinta tan estimulante. ¿Sabe si pueden visitarse normalmente? Si es así, prometo hacer una extática peregrinación allí antes de alcanzar la treintena (es decir, en dos meses máximo).

Ya que estamos: ¿sabe si pueden hacerse fotos en ese agujero?

El Pez Martillo dijo...

Claro que se pueden visitar. Al menos la última vez que estuve se podía (no sé si habrán puesto vallas, no creo). Tampoco creo que haya ningún problema en hacer fotos. El cementerio, fuera de Todos los Santos es un lugar muy solitario, así que nadie se enteraría.

Le dejo un enlace a unas cuantas fotos de nuestro cementerio, de donde saqué la foto que ilustra la entrada, y también hay una de esas catacumbas:

http://sergiopixel.blogspot.com/2007/04/el-cementerio-de-palma.html

SergioFF dijo...

Yeh! esta fotos es mia :D jejeje.

El Pez Martillo dijo...

Si quieres la quito. Soy un poco parásito y pillo fotos de por ahí.