martes, 26 de diciembre de 2006

Rivalidades


El ser humano es un animal competitivo. Tiende a superarse a sí mismo y a destacar sobre los demás. Es lo que nos ha hecho crecer y evolucionar. La competición se da a nivel interno (entre los individuos de la especie) y externo (con el medio exterior). La competitividad, que en su justa medida es un estímulo, puede llegar a convertirse en dañina si sobrepasa ciertos límites. Y es que no hay que confundir la competencia con la rivalidad, y mucho menos con la guerra abierta. Algunos lo confunden.

Entre las diferencias que hay entre hombres y mujeres, una de las que he podido observar (y esto es fruto de la experiencia personal, desconozco si hay estudios al respecto) es la que se refiere a la rivalidad. Los hombres, fruto de la teststerona, son más violentos, acuden antes a la violencia como medio para resolver sus conflictos (eliminar rivales, enfrentarse a los problemas, forzar soluciones...). Este recurrir a la violencia permite alcanzar un status quo más o menos claro. Algo distinto ocurre con las mujeres. Por su constitución física y hormonal (más pequeña y menos testosterónica), el recurso a la violencia es menos habitual, y cuando lo es se dirige principalmente a otras mujeres o a seres más frágiles. Esto las ha llevado a enfrentarse a los hombres, y por extensión a los demás de forma más sibilina y taimada. No es casualidad que el envenenamiento sea una forma habitual de asesinato entre las mujeres. Es el prototipo de lo femenino: silencioso, más o menos a largo plazo, paciente (la paciencia es algo femenino, puesto que han de incubar a nuestros retoños durante nueve meses), engañoso, en la sombra..., pero efectivo, tremendamente efectivo. Y es que las mujeres acaban consiguiendo lo que se proponen, y pocas veces se sabe que se habían propuesto algo, y mucho menos qué se habían propuesto, al menos hasta que lo consiguen. Esto las ha hecho más inteligentes, pero también más peligrosas.

En el terreno de las relaciones interpersonales, y fruto de ello, resulta que las mujeres se relacionan entre ellas de un modo frío, agónico desde el principio. La actitud de entrada es la de desconfianza, de examen. Ven rivales en toda nueva mujer que llega a un grupo (como es un lugar de trabajo). Y nunca se sabe hasta qué punto te están metiendo en sus juegos de engaño o están siendo sinceras. En un puesto de trabajo donde la mayoría de trabajadores son trabajadoras se pueden ver estas actitudes con demasiada claridad. A menudo saltan chispas sin saber muy bién el porqué. Y cuando la tormenta estalla, la cosa suele ser tremenda. Lo gracioso es que estas broncas con el tiempo se convierten en grandes amistades que luego se vuelven a romper por otra pelea. En mi trabajo todavía no he visto una discusión entre dos hombres, y sí unas cuantas entre varias de mis compañeras.

Me dicen algunas de ellas que se encuentran más a gusto trabajando con hombres (¿será por alguna cuestión biológica inconfesable?), que sabemos separar mejor el trabajo de las cuestiones personales y ponernos a la labor sin tener en cuenta otros factores. Me dicen que ellas están siempre en guardia, esperando algún ataque por algún lado. Y claro, así saltan por cualquier tontería.

No sé porqué esto es así (o me parece así). Tal vez por la naturaleza estática de la mujer, que le permite ser atalaya, o por la evolución de la especie (la inversión de la mujer en la cría es mucho mayor que la del hombre, por lo cual necesitó estrategias para asegurarse la fidelidad del macho, facilitando así su colaboración y el reparto de tareas, descargando así algo de inversión en un macho, alejándolo así de otras hembras-rivales), pero en mi vida cotidiana veo esta clase de actitudes. Lo cual no quita para que también haya visto grandes amistades entre mujeres.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Nyman... ¿has escuchado Facing Goya?

El Pez Martillo dijo...

Pos no, pero ahora mismo voy por el

Anónimo dijo...

Pez, ¿"status" quo?

Me ha molado el post.

Coincido en la parte de tu escrito que hace referencia a la experiencia personal con las mujeres, en general. En general, que no siempre. Si siempre te encuentras el mismo tipo de cosas, igual deberías relacionarte más -no por ti, vamos, sino en abstracto-. Que hay de todo por todo lados. Conozco -he conocido- mujeres como las que dices, sibilinas y taimadas, que están continuamente a la defensiva y tal. Pero también conozco mujeres campechanotas cual hortelano de cine de barrio, abiertas -no seáis malpensados- y sinceras. Y tengo cierta familiaridad con cierta ctónica, como diría nuestro amigo Horrach, que no es precisamente una discípula de Maquiavelo, y que, a sus treintaytantos, se sigue sorprendiendo de que la gente haga cosas malas, mecachis. También hay tíos viborillas... Las percepciones generales que cada uno se hace a partir de su experiencia son ciertas, qué duda cabe... para ese "cada uno" concreto y particular. Por eso hago de Pepito Grillo en los últimos debates a dos bandas -aquí y en la bitácora horrachiana- respecto a los peligros de los excesos de la metafísica... por hipóstasis de las propias neuras. Que no tengamos que caer en aquello de "dime cuánto f/$&s y te diré qué piensas de las femellas". O de otro modo: hablar de los demás es la mejor manera de retratarse uno mismo. Shalom, amigo.

P.S. ya me dirás qué te parece la ópera de Nyman. Fue lo más parecido a contemporánea que encontré en la, por lo demás, bien surtida fonoteca de Ca'n Sales... Le encuentro momentos muy chulos, sobre todo hacia la primera media hora o así. Luego se me va haciendo un poco monótono. Pero claro, es Nyman.

Johannes A. von Horrach dijo...

Muy interesante su texto, Pez, lo acabo de colgar en el blog de Arcadi Espada (disculpe la licencia).

De acuerdo con usted: la naturaleza no ha provisto a las mujeres de la fuerza física (cuyo motor es una buena traca de testosterona) para defenderse, de ahí, como señalaba Schopenhauer, que deban recurrir a tácticas más sutiles (o sibilinas) para sobrevivir. Y más de acuerdo todavía en el tema laboral: trabajar con mujeres engaña mucho. Como uno es hetero, la cosa parece más interesante desde un principio, cosa que se refuerza cuando ves que ellas son menos gritonas que los tíos. Pero es lo que usted dice: el conflicto con un hombre es tan evidente, tan indisimulable, que antes de estallar ya te das cuenta, con lo que uno tiene tiempo de defenderse y tal. Las emociones físicas masculinas son más directas, con lo que los conflictos entre machos pueden preveerse con mayor anticipación. Pero con una mujer la cosa es más jodida, pues no percibes de forma tan clara la hostilidad. Al contrario, todo parece muy tranquilo, te relajas, te acomodas, y luego resulta que te encuentras con el puñal clavado en la espalda. Como decía el divino Holmes de Billy Wilder: "no me desagradan las mujeres, simplemente desconfío de ellas: el guiño en los ojos y el arsénico en la sopa".

Johannes A. von Horrach dijo...

Puedo dar fe de que la ctónica de nuestro conciliador rabino (últimamente más conciliador que nunca; maestro, ¡tiene usted el cielo ganado!) es un ejemplo de entrega y sacrificio, un encanto,ejemplo muy alejado de la obsesión paranoica que se ha enseñoreado de mi enfermo cerebro. Y que al rabino en 1999 (o 1998) le tocó la lotería, también puedo dar fe. No hace falta decir más.

Bueno, sí, que ya hace tiempo que saca usted el tema de la ópera de Nyman, y todavía no le había cogido yo el guante. Hoy me ha dado por escuchar cosas de Nyman (bso de pelis de Greenaway y el 'Wonderland' del irregular Winterbottom), así que aprovecharé esta casualidad. Shalom!

Cvalda dijo...

Quizás la cosa también esté en educar a hijos e hijas de forma diferente... Y el reflejo que dejan los padres en sus hijos también, claro. Es cierto que hay mucha mujer retorcida, especialmente con otras mujeres (no lo pienso negar, he visto muchos casos), pero también he visto hombres que lo hacen cada vez más (los que llaman "locas", los gays afeminados) y mujeres que lo hacen cada vez menos...

De todas formas, siempre he pensado que la amistad masculina es mucho más fuerte que la femenina, sois más fieles entre vosotros, aunque también es verdad que nunca llega a ser tan profunda en cierto sentido, porque soleis ser parcos en palabras y confesiones...

El Pez Martillo dijo...

Vamos allá.

No estaba muy contento con el texto, que surgió a partir de un comentario anterior y fue redactado en un estado bastante lamentable por mi parte (resacoso, después de un par de días en los que he dormido muy poco y con un catarro de esos de garganta dolorida y oídos medio taponados). No esperaba esta acogida. Pero a pesar de todo estoy encantado de que Horrach me enlace en otras partes (si lo llego a saber me esmero un poco más).

"Status" quo. Es verdad, una de esas cosas que están en el ambiente y de las que muchas veces uno no se da cuenta hasta que le hacen percatarse. Lo que pasa es que yo soy de ciencias y además hay cierto grupo musical que tiene ese nombre.

En efecto, entre los hombres las cosas quedan claras desde el principio, y rápidamente se ve quien manda. También es cierto que no pretendo hacer generalizaciones injustas. Conozco mujeres dulces y encantadoras incapaces de hacer daño a nadie (al menos en principio, que en todo se empieza por algo). Pero he de decir que estas mujeres tienden a ser objetos de los golpes de las otras.

Lo de los hombres sibilinos es verdad también, pero Cvalda lo ha dicho todo: son afeminados, y muy a menudo es influencia de sus amigas (que me consta que tienen muchas). Y paralelamente también hay mujeres masculinizadas que podrían darte un mamporro con más rapidez que cualquier tío.

Para terminar, yo también creo en eso de que entre hombres la amistad se vive de otra manera. Hay una camaradería que pocas veces he visto entre mujeres. Algunas se piensan que ser amigas es ir juntas al baño (a menudo para despotricar y conspirar contra otras).

Parcos en palabras: parece ser que los estudios indican que las mujeres tenéis más desarrolladas las áreas cerebrales del lenguaje, que sois más lingüísticas. Los hombres somos más espaciales.

Y soy consciente de eso que dice el rabino de que al hablar de los demás uno se retrata. Tenedmeos a proyectar nuestras paranoias en los demás. Pero convendrá usted conmmigo en que es mejor hablar así, pudiendo establecer un debate que hacer la pelota y hablar de lo maravillosas, estupendas y espléndidas que son las mujeres (que lo son, sino no las someteríamos a las persecuciones que las sometemos)

Enhorabuena rabino.

Anónimo dijo...

Claro, amigo Pez, claro, es mejor hablar de este modo (podría discutirse, además, si es que hay otro, en realidad...) Pero al caso, las mujeres, como los hombres, me parece a mí que son y somos más ambivalentes que otra cosa. Ya he hecho referencia, no sé si aquí o en la bitácora de Horrach, que hasta un "fenómeno" como Weininger reconoce, al menos, que hombre y mujer puros no los hay, y sí diversos grados de mezcla. Por eso me parece a mí, entre otras cosas, y dicho ahora sin profundizar, que las generalizaciones, de uno y otro signo, no pueden hacer nunca justicia a una realidad siempre más compleja que nuestros esquemas. Supongo que en esto también estamos de acuerdo... pero vale, es más divertido decir las cosas un poco más a lo burro y tal y como en el fondo, según nuestra experiencia, las vemos. Siempre y cuando sepamos ponernos unas gafas para poder ver más allá, cuando sea necesario...

Supongo que la enhorabuena que me dedicas viene por la suerte que tuve -que tengo- con mi "ctónica"... pues gracias por lo que me toca. Yo te deseo, de corazón, al menos la misma suerte en este aspecto.

Johannes A. von Horrach dijo...

Horrach, alias 'Travis el títere', emocionado por el tono conciliador de nuestro rabino (maestro, cada día lo admiro más, ya sabe que lo tengo presente en mis oraciones), va a confesarse en público:

soy un paranoico.
(no médicamente (bueno, no lo sé, al menos todavía no me lo han diagnosticado), sino metafísicamente)
pero con un matiz: como dice un cura gay que conozco, como todo girardiano que se precie, soy un paranoico que quiere dejar de serlo. Espero su comprensión. Gracias.

(esto parece Alcohólicos Anónimos)

El Pez Martillo dijo...

Horrach, tiene usted todo nuestro apoyo. Estamos aquí para lo que necesite.

Rabino, sí, la enhorabuena es por su ctónica. No tengo el gusto de conocerla, pero por lo que me cuentan es todo un tesoro.

Y estamos de acuerdo en eso de la realidad compleja y que escapa a lo que cada uno de nosotros pueda pensar desde nuestra óptica siempre parcial y simplificadora. En esto de los hombres y las mujeres, al igual que en tantas otras cosas que solemos categorizar de forma dual, se trata más bien de un continuo, de una banda de oscilación entre dos extremos. La cuestión es definir esos dos extremos. Piense en la campana de Gauss.

Johannes A. von Horrach dijo...

¿La campana de Gauss? Mi no entender.

El Pez Martillo dijo...

Cree el ladrón que todos son de su condición. Y yo nunca caigo que ustedes son de letras y no tienen porqué conocer estos conceptos matemático-estadísticos.

La campana de Gauss es una distribución de casos en la que la gran mayoría quedan agrupados en torno a la media (que por eso es la media), mientras que a medida que nos alejamos de la media (en ambas direcciones) van habiendo menos casos. Así, resulta que hay unos extremos que estadísticamente soin despreciables.

La representación gráfica de esta distribución tiene forma de campana, y el que la estudió y la hizo famosa fue Gauss, de ahí su nombre.

Para completar la infoprmación, en la universidad hay muchos profesores que la utilizan para aprobar o suspender. Hacen una nota media con todas las notas y así resulta que la nota de aprobado puede ser un cuatro, o menos, según donde caiga la máxima distribución de notas.

Para más información:
http://es.wikipedia.org/wiki/Campana_de_Gauss