viernes, 22 de diciembre de 2006

Instinto paterno


Llevo una temporada con una idea (obsesión) en la cabeza. La expresé el otro día en tópica conversación de bar a mi amigo Horrach. Estoy muy paterno últimamente. Quiero decir, con el instinto paterno subido. En los últimos tiempos me llevo muy bien con los niños (malpensados del mundo entero, borrad esas segundas intenciones que estais suponiendo). Hasta me gustan y todo. A pesar de que pueden llegar a ser insoportables, muy a menudo son encantadores. No sé si será porque de un tiempo a esta parte me veo rodeado de infantes (trabajo con niños y amigos y familiares se han lanzado con fruición a la labor reproductora) o si es más bien el reloj biológico que se ha despertdo en mí. No sé, pero tengo más paciencia con ellos y hasta consigo disfrutar y entretenerlos con cierto éxito. A lo mejor es que el mundo adulto me tiene agobiado y me refugio en esa supuesta inocencia (?) infantil. A menudo nos figuramos a nuestras criaturas como seres simples e ingenuos, pero nos sorprenden de forma continua. El hecho de tener poco a sus espaldas (pocos recuerdos, poco mundo y poca formación) hace que sean mucho más espontáneos e impredecibles. En cambio, a un adulto, con saber unas pocas variables es posible predecir su comportamiento. Luego nos inventamos el consuelo de la libertad para no sucumbir al peso de todo lo que arrastramos en la pendiente d ela vida.

Pero más allá de estas consideraciones, y partiendo de lo que he dicho al principio, se me ocurre una pregunta: ¿existe el instinto paterno? ¿O es sólo una construcción, un engaño con el que conseguir la satisfacción de otros instintos que nuestra sociedad acepta con muchas más reticencias? (a pesar de la supuesta "apertura" en la que vivimos).

14 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

¿Existe el instinto paternal? (sobre el maternal no hay dudas). Yo diría que sí, pero sólo de un tipo, el cutre-movida, el de Almodóvar y Mc Namara, ese que postula nueva carne de cañón para que no decaiga la prostitución.

Pero bueno, ahora en serio: creo que con esto pasa como con las ctónicas, que uno triunfa cuando menos lo pretende y espera. Y, también, como con las ctónicas, ellas son las que tienen la sartén por el mango.
(creo que no he contestado a su pregunta)

Anónimo dijo...

Instinto paterno... pues no sé. No sé si lo llamaría instinto, vamos. Lo que podría ser es que hablásemos de un determinado fenómeno de afectividad, en este caso de varones adultos hacia niños. Que se producen esos fenómenos parece claro. Y luego, con una matriz tan general y vaga como siempre que son cosas humanas de las que tratamos, pues infinitud y variedad de casos. Que uno está a veces un poco moñas, que otro rato te cargarías al dichoso renacuajo, que luego es wapito-oshito-patito, y más tarde te hace nosa. A temporadas, a ratos. Para invitar a puros en la Bar-Mitzvah. Que eso pequeñajo somos nosotros, casi nos hemos olvidado. Qué gran razón, se nos olvidó que nos olvidamos.

Que estés emotivo es buena señal, eres buena gente, amigo Pez. Que la rutina de tu profesión no haya conseguido acabar con ese buen fondo es una de esas señales que dan esperanza en el ser humano, dicho sea sin cinismo ni ingenuidad. Ahora bien, recuerda que tener siempre una actitud de buen niño no suele ser una buena estrategia de cara a los fines reproductivo-lúdicos. Es mejor que digan: "tú aparentas ser un capullo, pero en el fondo eres un trozo de pan", que no al contrario. La clave es la estrategia, que cada uno es como es y ya está. Shalom.

Cvalda dijo...

Dicen que los bebés humanos,al nacer,son los más indefensos de la naturaleza, y como tardan tanto en aprender todas sus funciones, lo único que les queda es provocar ternura en el resto de seres, es decir, nosotros...Quizás sea eso. No lo sé. Yo aún no lo he sentido (el materno, claro, aunque supongo que me tocara si me quedo embarazada...pero esa es otra historia)

El Pez Martillo dijo...

En general los cachorros inspiran ternura (no sólo a nosotros, sino a los de su especie), hay casos en los que otros especímenes que no son sus padres se dedican a criarlos. Personalmente creo que eso del amor de los padres a sus hijos es una estrategia evolutiva para hacer más llevadera la carga de la crianza. Porque muchas veces tiraríamos a los niños por la ventana de lo insoportables que se ponen (hay quien lo ha hecho). Y creo que queremos a nuestros hijos para no tirarlos a las primeras de cambio. Así de burro y sencillo.

Respecto a lo que decía cvalda, el instinto materno se despierta antes de quedar embarazada. Hay muchas mujeres que casi de un día para otro pasan de no querer oír hablar de hijos a estar deseándolos. Lo que pasa es que en el embarazo la maquinaria afectiva materno-filial se pone en marcha en serio (mientras que antes era sólo la expresión de un deseo, un mero impulso).

Johannes A. von Horrach dijo...

Sinceramente, creo que los niños y otros animalitos nos provocan ternura de la misma manera que nos caen de puta madre los muertos. ¿El motivo? Creo que porque a estos seres no los vemos como 'competencia' en nuestra vida diaria. Ni un bebé, ni un animalillo, ni un muerto nos pueden birlar un trabajo o follarse a nuestra mujer. Ante los demás sapiens demens permanecemos siempre en guardia.

Anónimo dijo...

Hombre, Horrach, ten en cuenta que muy bien puede darse el caso -se da- de que un padre sienta como competencia por la madre al propio hijo/a. Ya sabes que los objetos del deseo, los que generan conflicto mimético, son bastante contingentes; basta que sean deseados por el modelo, o por la persona que marca los objetos de deseo. Y, si uno desea a su mujer, ¿qué más va a desear ésta que a su hijo? ¿No es lógico que éste pueda ser considerado como "competencia" por el afecto de la madre? ¿Y que de aquí surja conflicto? Menos corriente, quizá, será en el caso de los animales, pero no imposible. En fin, ¿quién no ha escuchado alguna vez frases del tipo: "quieres más a tu (coche, afición, equipo de fútbol, mascota...) que a mí"? Y por cierto, viudos/as casados/as en segundas nupcias pueden llegar a ser exasperantes para sus nuevas parejas, que van a tener que "competir" con alguien que, justamente por no estar, puede ser fácilmente idealizados. ¿Os acordáis de aquella película de Hitchcok?

Johannes A. von Horrach dijo...

Precisamente, rabino, los hijos suelen ser la más temida competencia para los padres en el tema de marras. Pero eso cuando ya levantan más de un palmo del suelo, no cuando son bebés, o sea, bichos irracionales (no es el caso de su tete, que ya razona más y mejor que muchos adultos). Cuando son racionales y sacan paquetón, eso ya es otra cosa, por muy hijos que sean.
Hay una tragedia griega en la que el conflicto padre-hijo no lo define tanto la presencia del hijo como el deseo del padre (al contrario de lo que dice la tesis de Freud). Es el padre el que quiere que su hijo desee a la mujer-padre, sobre todo para volver a poner en marcha un deseo en decadencia.

¿'Rebeca'? Me acuerdo.
¿Y no le pasa precisamente eso al Olivier y a la criada bollera, que desprecian a la esposa viva en beneficio del recuerdo de la muerta?

El Pez Martillo dijo...

De ese permanecer en guardia, como he dicho en otra entrada, surge toda la creación humana. Y el precio que hemos de pagar (que nuestros hijos perezcan en el frente) es alto, pero a la larga vale la pena (eso dígaselo a las madres que han perdido hijos en la guerra).

Sobre lo que dice el rabino, muy de acuerdo, y por añadir una muestra de erudición: sólo hace falta remitirnos a las tragedias griegas (Edipo y Electra, que luego tomó Freud parea ilustrar y denominar eso que usted nos cuenta), lo cual es una señal de que se trata de fenómenos tan antiguos como la humanidad. Es decir, que son humanos, demasiado humanos.

Y se me ocurren varias cosas sobre lo de la rivalidad, pero me las reservo para una futura entrada en los próximos días.

Saludos a todos.

El Pez Martillo dijo...

Joder! Estamos casi simultráneamente escribiendo entradas. Esto ya parece un chat.

Anónimo dijo...

Horrach, ¿pero no decías que ni a los muertos, ni a los niños, ni a los animales los vemos como competencia? Yo sé -y me lo acabas de confirmar- que tú sabes que eso no es así, pero, pensaba yo, ya que tú lo has enfocado por ese lado, aprovecho yo para comentar algo desde el otro. De todos modos, no vale la pena insistir mucho, porque ya sé que en estos temas tendemos a coincidir bastante. Es lo que tiene tener amigos con la cabeza despejada, como tú y nuestro anfitrión :)

Pez, ¿entrada sobre rivalidad? Suena bien, estaremos pendientes.

Johannes A. von Horrach dijo...

Rabino, cabezón (de parte de otro cabezón), no me he expresado bien:
lo que digo es que el muerto no es competencia como 'sujeto', sí como objeto. Usted dirá, claro, Horrachín, que el muerto no puede ser un antagonista de nadie vivo, pero eso no es así, fíjese sino en la competencia que puede suponer un escritor (por muerto que ya esté) a otro que siga una línea parecida. Pero claro, competencia a nivel del contenido de la obra, no en lo que se refiere a los cargos o parabienes que uno podría conseguir con su trabajo (un antagonismo puede funcionar perfectamente sólo con un sujeto de motor; el otro, puede ser tanto vivo como muerto, pues el rol que juegue en este esquema puede ser generado de forma autocrática por el sujeto-motor).
Mi Última Palabra sobre el tema: al muerto, por ser muerto, se le considera de forma mucho más positiva que cuando estaba vivo (cosa que, colateralmente, puede provocar un conflicto con otro sujeto vivo). Igual que el niño cae mejor antes de ser un adulto con ambiciones y deseos. Niños, bichos irracionales y muertos son para nosotros meros 'objetos', no son amenazas para nuestra 'libertad'.

(se me ha ido la olla. Me voy a chutar un rato)

Anónimo dijo...

¿Ves? Lo que yo decía. Estamos de acuerdo, Horrach, sólo era cuestion de hacérnoslo entender. Shalom.

Eulalia dijo...

Química: todo puede reducirse a pura química.
La visión de un niño, incluso su olor, desencadena una serie de reacciones químicas en nuestro cerebro, que previamente ha de estar preparado, cierto es.

Yo digo que existen hasta hormonas de abuela; si no, no me puedo explicar por qué, tras años de cuasi-indiferencia, ahora vuelvo a babear cuando veo un bebé (y perdonad la aliteración).

Que sí, vamos: que no sólo las mujeres, aunque nosotras más. :)

El Pez Martillo dijo...

Gracias por el comentario, Eulalia.

Que tenemos un impulso que nos lleva a cuidar de nuestros cachorros (a unos más y a otros menos) me parece innegable. Si es cosa de química o no es otra cosa.

Y no se trata de un más o de un menos. Hombres y mujeres somos diferentes, y en cada uno se nos manifiestan esos impulsos de forma distinta. No estamos en la misma escala.