Ahora que estamos olímpicos, quiero reflexionar sobre algo que viene ocurriendo desde hace años: el deporte ya no es lo que era. No me refiero a cuestiones como el doping o la (agobiante) cobertura televisiva. La hiperprofesionalización (con lo que económicamente conlleva: el movimiento de ingentes cantidades de dinero) e hipertecnologización le han quitado épica, convirtiéndolo en algo frío. Todo está calculado al milímetro, y hay poco margen de error. Todo se tiene monitorizado, lo propio y lo de los rivales, y con ello se juega, restándole brillantez a la competición, que se convierte en un ejercicio de contemporización. Ya no se ven las gestas de antaño, ya no hay aquellas figuras carismáticas que se hacían con el cariño del público y el respeto de sus rivales. Hay sorpresas, claro, pero cada vez menos y más tenues (aunque puedan tener un efecto paradójico, al saltarse un guión mucho más marcado y menos incierto).
Por otro lado, está la cuestión de cómo vemos el deporte desde el lado del espectador. Por comentarios que voy escuchando, toleramos menos los deportes que requieren su tiempo, y llama nuestra atención lo acelerado e hiperactivo.
Eso sí, la falta de brillantez y elevación del deporte contemporáneo se ve efectivamente suplida por una realización televisiva espectacular. Y si no, siempre nos quedará la cuestión carnal: la de contemplar hermosos cuerpos jóvenes en acción.
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