El otro día me encontré con una escena macabra: Alguien se había caído (o tirado) desde un balcón, y pasé con el coche junto al cadáver, que ya estaba tapado, pero al que le habían dejado un brazo sin cubrir por la manta isotérmica (ese plástico fino, dorado por una cara y plateado por la otra que ponen los sanitarios). La policía estaba acordonando la zona.
Sea por lo inesperado de la escena, porque me pilló con la guardia baja, o porque me dirigía a casa a comer tras el trabajo y tenía hambre, la imagen de ese brazo saliendo me perturbó. Yo, que he visto cadáveres de todas las formas y colores y en circunstancias bastante desagradables (e incluso los he visto morir), sin sentir nada en especial (supongo que al estar en "modo profesional" uno se pone una barrera), me vi sacudido por aquella persona desconocida que llevaba un rato muerta.
Pensándolo un poco, siempre me ha resultado más desagradable ver el cadáver tapado, esos bultos que mueven los celadores en sus camillas por los pasillos del hospital, o los que vemos en los noticiarios cómo son introducidos en los furgones por los funerarios, que el visionado directo del finado, por muy desagradables que sean sus circunstancias (porque el cine nos ha transmitido una visión dulcificada de la muerte, que suele ser más bien algo feo y asociado a padecimientos, deformaciones y/o mutilaciones).
2 comentarios:
Debe ser el poderoso efecto que propicia lo simbólico, el bulto antes que el cuerpo visible, o el brazo colgando.
Hay una escena de 'El dulce porvenir' muy impactante, pero en la que no ves nada y estás lejos, pero se trata de los bultos de una docena de chavales que acaban de morir en un accidente de bus.
El bulto es aquello que antes era identificable (el rostro, los gestos, la expresión, el nombre....) pero que ahora está desposeído de identidad. En el cadáver aún se puede intuir un resto de alma, de lo que se era; en el bulto cubierto, ya nada, lo cual genera una extrañeza perturbadora.
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