Para alguien a quien dormir le encanta, el insomnio es traumático. dormir se convierte en una obsesión, y a medida que se acerca la hora de acostarse, a pesar de que estás hecho polvo y a veces tienes mal cuerpo, vas entrando en un estado de nerviosismo que supera al cansancio. Sin embargo, el dormir poco y mal hace que te des cuenta de que tus límites son mucho más amplios de lo que creías, que las fuerzas que atesoras son mayores a las que tenías contadas. Eso no está tan mal. Por supuesto, el día que el sueño te vence y te das un festín de dormir, lo disfrutas enormemente. Llegas a adaptarte a la fatiga, al dolorcillo de cabeza (y esa tenaza que te aprieta en los temporales), al escozor de ojos, al nerviosismo. Te resignas a que sólo la farmacología, a regañadientes y con muy mala conciencia, te regale el sueño, sabiendo que esta no es más que la nueva manifestación de ese monstruo que llevas dentro desde que tienes uso de razón, al que has llegado a creer vencido, que se revuelve otra vez y ahora le ha dado por no dejarte dormir.
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