lunes, 15 de octubre de 2012

Huir de la bilis

A menudo tengo la tentación de mandarlo todo al cuerno. Dejar mis cosas, mi trabajo, mi vida, en definitiva, y meterme a cartujo. Hacerme monje. No porque me atraiga la religión (aunque sí, vagamente, lo religioso), sino por lo de la tranquilidad, la vida retirada y la meditación. Vivir en mis pensamientos, cuidando de un huerto y unas gallinas que me dieran de comer. 

Pero me dura poco, porque bien pronto me doy cuenta de que. aunque atractivo, eso tendría mucho de huida. No es que tenga, a nivel concreto, nada de lo que huir. Pero el ambiente general es opresivo y amenaza con acabar siendo asfixiante. El primer impulso es el de refugiarse en lugares seguros. Pero eso no arreglaría nada. A lo sumo, prolongaría la agonía. No debo girar la cara a lo que me desagrada de mis conciudadanos, compatriotas y congéneres humanos (probablemente sea cosa mía, y entonces la huida sería absurda, ya que el problema, si es que lo es, vendría conmigo). Debo mirarlo de frente, y sentir las náuseas. Vomitar si es necesario. Pero a la cara. 

No hacen falta bálsamos, ni purgas. Al menos intentaré poder enorgullecerme de mi asco y mi bilis. 

1 comentario:

PENSADORA dijo...

ea! ¡ahí queda eso!