El devenir único y
eterno, la radical inconsistencia de todo lo real, como enseñaba
Heráclito, es una idea terrible y, perturbadora, emparentada
inmediatamente en sus efectos con la sensación que experimentaría
un hombre durante un temblor de tierra: la desconfianza en la firmeza
del suelo. Es necesaria una fuerza prodigiosa para convertir esta
sensación en su opuesta, en el entusiasmo sublime y beatificador. Y,
sin embargo, esto lo consiguió Heráclito por una observación hecha
sobre la procedencia efectiva de todo devenir y de todo perecer, que
comprendió bajo la forma de polaridad, o sea, como desdoblamiento de
una fuerza en dos actividades cualitativamente diferentes, opuestas y
tendientes a su conciliación o reunión. Permanentemente una
cualidad se divorcia de sí misma y se constituye en cualidad
opuesta; permanentemente estas dos cualidades contrarias se esfuerzan
por unirse otra vez. El vulgo cree, en efecto, conocer algo sólido,
acabado, permanente; pero, en realidad, lo que hay en cada momento es
luz y tinieblas, amargura y dulzura juntamente, como dos combatientes
cada uno de los cuales obtuviese a su vez la supremacía. La miel es,
según Heráclito, dulce y amarga a la vez, y el mundo mismo es un
cráter que debe ser removido constantemente. De esta lucha de
cualidades contrarias nace todo devenir: las cualidades determinadas,
que a nosotros nos parecen permanentes, expresan sólo el instante de
equilibrio de un combate: pero este equilibrio no pone fin a la lid,
que dura eternamente. Todo acaece con arreglo a esta lucha, y
precisamente esta lucha es la manifestación de la eterna justicia.
[...] Las cosas mismas en cuya permanencia y consistencia cree la
estrecha cabeza del hombre y del animal, no tienen verdadera
existencia: son los chispazos y relampagueos que lanzan las espadas
que se cruzan, son el brillo de la victoria en la guerra de las
cualidades contrarias.
Friedrich Nietzsche
La filosofía en la época trágica de los griegos (1873)
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