Vivir en uno mismo, sea eso lo que sea, royéndose, excavándose, rumiando, digiriéndose. A simple vista, parecería egoísta, ya que se crea el espejismo de que se vive para uno y que todo ha de pasar por y para uno. Ciertamente algo de eso hay. Pero también, y esto es fundamental, no deja de ser uno un mero instrumento a través del cual pasar todo el flujo de lo propio y lo ajeno, como esos buscadores de oro, infatigables, avejentados, batea en mano, removiendo la orilla en busca de míseras pepitas de oro, partículas de valor en medio del detritus que es la vida.
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