De un tiempo a esta parte han proliferado los "agentes" de ONGs varias por las calles. Ataviados con petos de colores diversos, según la ONG, y carpeta en mano, abordan a los viandantes en busca de suscriptores/donantes. Más allá de que la labor de estas organizaciones sea más o menos encomiable, o que se esté de acuerdo con sus fines y actividades, los voluntarios que están apostados por las calles pueden llegar a resultar bastante molestos, sobre todo a tipos que, como yo, muestran algunos días un ramalazo antisocial considerable.
En un paseo de una hora puedes llegar a encontrarte con voluntarios de hasta tres ONG distintas. Y claro, aunque uno quiera colaborar o ya colabore, no se puede decir que sí a todos y hay que despacharlos de algún modo. Como además, la corrección política nos hace sentir mal por no colaborar en esas supuestas causas nobles, uno tiende a ser tajante, para pasar rápido por el trago de negarse a salvar a las ballenas, al planeta, a la humanidad o al sursuncorda.
Mi opción es la de hacerme el longuis si voy con la música puesta. Pongo la mirada en el horizonte y hago como que no me entero de que me abordan (especialmente los días que estoy más antisocial y metido en mis pensamientos). Otras veces, me hago el loco, respondo con monosílabos o incoherentemente. Reconozco que siento un pinchazo de placer al fingir, al ver la reacción entre sorprendida y asustada de las muchachas (porque muchas veces son chicas).
Pero no nos desviemos, porque toda esta colección de miserias personales ha venido a raíz del voluntario con el que me he cruzado esta mañana, que ofrecía felicidad (sí, felicidad) a cambio de la colaboración: "un minuto por el planeta, serás más feliz", para acto seguido abroncar a los que se negaban o pasaban de largo. El contraste era llamativo, y sintomático, la promesa de felicidad seguida de malos modos. Menos mal que no me ha abordado a mi...
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