Es llamativo el carácter reservado de los mallorquines. Se comenta a menudo su timidez, su no querer destacar que roza lo huraño y antipático. Parece que nadie quisiera que los demás se entraran de lo que hace, y por supuesto, a los demás no les gusta que parezca que se entrometen en los asuntos ajenos. Todo se convierte en diplomacia vaticana, y se despliegan toda una serie de códigos a veces difíciles de interpretar por los foráneos (y, la verdad sea dicha, un tanto exasperantes y desconcertantes para el que no los domina ).
Esto, que puede interpretarse como algo positivo, como un "vive y deja vivir" muy sano, tiene su potencial patológico, su fango. Y es que la reserva abona las habladurías, el "todos saben pero nadie admite que sabe", el "a saber qué esconde", las malas famas, las reticencias, las hipocresías.
El sol que nos da los paisajes luminosos, también genera sombras más definidas.
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