Con motivo del próximo traslado al nuevo hospital (algo de lo que debo de hablar), se va a proceder a la informatización de todos los procedimientos e historias clínicas y a la implementación de un sistema informático que pueda dar cuenta de todo. Para ello, en un largo proceso, se ha escogido un programa que cumpla con las expectativas y los objetivos que se han marcado. Es algo que tarde o temprano tenía que llegar, ya que no era normal que todo un hospital de referencia como Son Dureta, a estas alturas todavía funcionara con papel y con el bolígrafop de cuatro colores.
En medio de todo este proceloso proceso de informatización, ha llegado la hora de ponerlo en conocimiento de quienes lo tendremos que usar, de empezar a familiarizarnos. Y para ello, se han organizado unos cursos para formar a los que, a partir del mes próximo, deberán enseñar al personal algunos rudimentos del nuevo programa informático. Por azares varios que ahora no vienen a cuento, servidor forma parte de este grupo de "privilegiados" que formarán al personal. Y el otro día en el curso para formadores, viví una situación surrealista.
En el aula habíamos en torno a 20 personas, de distintas categorías (enfermeros, médicos, técnicos, algún farmacéutico...), y llegó la hora de hacer una actividad en grupo. Se formaron tres grupos y nos pusimos a trabajar. En uno de los grupos surgió cierta discusión que luego se trasladó a la totalidad de los asistentes. La cuestión era si debíamos tener en cuenta o no al paciente (no viene a cuento ahora si llamarlo paciente, usuario, cliente o X), si era él para quien en última instancia trabajábamos. Había quien pretendía obviarlo de los objetivos a lograr. Y sí, puede que haya cuestiones intermedias (productividades y demás), pero el enfermo (o el sano, si de lo que se trata es de aquello de la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud) siempre debe estar al fondo. Porque no hemos de olvidar que nuestro trabajo, incluso el del que está en un despacho sin tratar con los usuarios para nada, es hacer que el hospital funcione de la forma más eficaz y eficiente posible, siempre con vistas al usuario. Y si nos olvidamos del paciente, como parece que ya va ocurriendo (y lo lamentable y surrealista de la situación era que quien más decididamente defendía este olvido era un médico, no alguien "de despacho"), creo que mal vamos y poco podemos esperar de nuestra sanidad (aunque tengamos un precioso y flamante nuevo hospital con todas las modernidades).
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