Hace tiempo, cuando esto de la crisis aún no había estallado (pero, y no me gusta decirlo, se veía venir), solía hablar de España como un país de nuevos ricos. Arrogantes, caprichosos, divos, insoportables, un quiero y no puedo . Hasta los poderes adoptaron esas formas, y merced al mito del progreso, gracias al cual nos cuesta imaginar retrocesos, los que más ganaron no parece que pensaran que la cosa se fuera a poner como se ha puesto. Lo más triste es que aquí casi todo el mundo siguió esa estela, y así nos luce el pelo.
A día de hoy tiendo a pensar en esa "buena" época como una anomalía, como una extraña conjunción de circunstancias que nos pusieron en esa tesitura. Pero el tiempo pone a cada uno en su lugar, y nos ha llegado la hora de que nos pongan en el nuestro. La verdadera España (si es que eso existe) es la de ahora, y la de los próximos meses, no la de hace cinco años. El país de nuevos ricos se trasforma en lo que siempre fue, uno de viejos pobres. Y de cafres, porque que me aspen si alguien saca alguna enseñanza de todo esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario