Es habitual que la gente tenga un mote. Algunos se les ponen con ánimo ofensivo, para hacer mofa de alguna de sus características (un buen ejemplo son los que todos hemos adjudicado a algunos de nuestros profesores). Pero otros llegan a ser más propios de alguien que su nombre, y todos le conocen por el apodo. En este caso, cabe preguntarse por este curioso hecho, puesto que sorprende que el auténtico nombre quede suplantado por aquél que se le ha dado desde fuera y a posteriori.
El nombre que a cada uno nos ponen es algo así como nuestro estandarte, aquello que nos muestra en sociedad. Y aunque es impuesto (igual que el mote), lo es en el primer momento de nuestra existencia (las tribulaciones de los padres a la hora de ponerle nombre a sus hijos son una señal de lo importante que es el nombrar a alguien), quedando unido a nosotros para siempre. En cambio, el mote viene dado por los demás y con posterioridad al nacimiento. Si el nombre va de los padres al hijo, en un acto íntimo, el mote es algo social, del colectivo, que va parejo a la socialización del individuo. En este sentido, es llamativo que los motes se utilicen en ámbitos donde el grupo es muy importante, casi anterior al individuo, como son los pueblos pequeños o regiones con un alto grado de sociabilidad, en las que la vida individual se desarrolla en gran medida en el espacio público. También los grupos de amigos adquieren una dinámica similar.
Lo llamativo del caso es ese eclipse que el mote supone sobre el nombre, como si ese estandarte de uno mismo que es quedara velado y palidecido por el yo social (que es una especie de yo externo y débil, por más que uno se pueda sentir muy a gusto en él). Velado o cuidadosamente escondido, porque en un ambiente en el que todo está expuesto, si hay que mantener algo en secreto, debe hacerse con mayor celo. Y el nombre (trasunto del Yo) sería así la etiqueta para todo lo que queda reservado, frente al mote, patrimonio del grupo. Es más, cabe la posibilidad de que el mismo grupo se abandone al juego del mote movido por el deseo de dejar algo para la reserva.
En este sentido, es esclarecedor el hecho de que muchos criminales (en especial los que se mueven en organizaciones) adopten un alias de cara al grupo en el que están y a la sociedad en general. Es obvio que se trata de ocultar la verdadera identidad con vistas a no ser detenidos, pero el mecanismo de mostrar y ocultar que se manifiesta en ello no parece tan distinto al de los motes populares.
El nombre que a cada uno nos ponen es algo así como nuestro estandarte, aquello que nos muestra en sociedad. Y aunque es impuesto (igual que el mote), lo es en el primer momento de nuestra existencia (las tribulaciones de los padres a la hora de ponerle nombre a sus hijos son una señal de lo importante que es el nombrar a alguien), quedando unido a nosotros para siempre. En cambio, el mote viene dado por los demás y con posterioridad al nacimiento. Si el nombre va de los padres al hijo, en un acto íntimo, el mote es algo social, del colectivo, que va parejo a la socialización del individuo. En este sentido, es llamativo que los motes se utilicen en ámbitos donde el grupo es muy importante, casi anterior al individuo, como son los pueblos pequeños o regiones con un alto grado de sociabilidad, en las que la vida individual se desarrolla en gran medida en el espacio público. También los grupos de amigos adquieren una dinámica similar.
Lo llamativo del caso es ese eclipse que el mote supone sobre el nombre, como si ese estandarte de uno mismo que es quedara velado y palidecido por el yo social (que es una especie de yo externo y débil, por más que uno se pueda sentir muy a gusto en él). Velado o cuidadosamente escondido, porque en un ambiente en el que todo está expuesto, si hay que mantener algo en secreto, debe hacerse con mayor celo. Y el nombre (trasunto del Yo) sería así la etiqueta para todo lo que queda reservado, frente al mote, patrimonio del grupo. Es más, cabe la posibilidad de que el mismo grupo se abandone al juego del mote movido por el deseo de dejar algo para la reserva.
En este sentido, es esclarecedor el hecho de que muchos criminales (en especial los que se mueven en organizaciones) adopten un alias de cara al grupo en el que están y a la sociedad en general. Es obvio que se trata de ocultar la verdadera identidad con vistas a no ser detenidos, pero el mecanismo de mostrar y ocultar que se manifiesta en ello no parece tan distinto al de los motes populares.
3 comentarios:
Servidor, que practica mucho, ya lo sabe usted, esto de ponerle motes al personal, la verdad es que no tiene ni idea de los motivos que le acaban llevando a ello. Si hay algo que lo motive tal vez sea sólo hacer la gracia y poco más. Eso sí, en la mayoría de los casos lo hago con cariño, no con mala voluntad.
shalom
Jo! recuerdo que de cría me enfadaba porque nadie me había puesto un mote nunca y sin embargo mis hermanos los tenían a pares, uno puesto por mis propios padres y otro por los coleguillas del barrio.
Pero a mí, como mi nombre es corto y con muchas "E" resulta difícil ponerme el típico mote familiar y como tampoco he tenido una característica especial que me distinguiera como para un mote... pues los colegas tampoco me lo pusieron.
Algunas veces te escuchas alguna cosilla tipo "la rarita" y tal, pero poco más. Eso sí, lo de "girafa", "grandullona", etc... no me lo perdí pero duraba poco.
Me consta, Horrach, lo de los motes que usted pone, algunos de los cuales son todo un clásico. Incluso lllegan a evolucionar y adoptan diversas formas con el tiempo (Big Tiger...).
Pens, yo tampoco recuerdo tener ningún mote estable y reconocido. Sí que alguna vez alguien se ha dirigido a mí con matices despectivos (recuerdo a uno que en la escuela me llamaba "cabezarectángulo"), pero no pasaba de ahí, y desde luego nunca llegó a ser colectivo (que yo sepa, al menos).
Por otro lado, están los nombres que usamos en Internet, pero no son motes, sino pseudónimos que nosotros mismos nos ponemos. Otra cosa son los nombres que ponemos en la agenda del móvil. Como a veces se repiten los nombres, se inventan cosas graciosas para identificar a los demás (por ejemplo, hay quien me tiene a mi como "científico loco", porque en un carnaval me disfracé de eso). En cualquier caso, los mecanismos psicológicos que se ponen en marcha al nombrar al personal son poco menos que curiosos.
Saludos.
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