Ahora que parece que está de moda esto de la "memoria histórica" y de sacar viejos trapos sucios, voy a relatar una historia familiar de la que me he enterado hace muy poco (lo cual resulta increíble, dada la inclinación de mi familia materna a las batallitas).
En 1947 se inauguró en Palma el monumento a los fallecidos en el hundimiento del crucero Baleares durante la Guerra Civil, a manos de la aviación republicana (hecho que, curiosamente, también guarda relación con mi familia, puesto que mi abuelo paterno estaba, si no en el barco hundido, sí en uno de la flota) y Franco vino a inaugurarlo. Mi familia materna había contado con algunos destacados miembros del socialismo mallorquín (Llorenç Bisbal Barceló, bisabuelo de quien esto escribe, fue uno de los fundadores de la UGT balear y alcalde de Palma en 1931), por lo que siempre habían suspuesto que estaban bajo el punto de mira (afortunadamente, que yo sepa, no hay nadie de la familia en ninguna fosa o cuneta, pero sí que algunos, como mi abuelo, pasaron una temporada en prisión tras la guerra). Las sospechas se vieron confirmadas cuando, unos días antes de la llegada del dictador para la inauguración, la policía acudió a casa de mis abuelos y de todos sus hermanos para invitarles amablemente a que durante los días que el General estuviera en la ciudad no salieran de casa y a atenerse a las consecuencias si desobedecían la orden.
Obviamente, obedecieron. Pero lo que más llama mi atención es que nadie se haya atrevido a mencionarlo en la familia hasta hace muy poco (tan sólo unos meses), sorprendiendo a los que nacieron más tarde de ese lejano ya 1947, lo cual no es más que un reflejo del miedo que atenazó a la familia durante tanto años. Miedo que, incluso yo, que ya nací con el dictador muerto, he podido sentir y que se ha traducido en una evitación total de los temas políticos en las conversaciones familiares, incluso a la hora de hablar del bisabuelo (siempre se hizo en voz baja y de forma secretil). Claro que las circunstancias nos ponían en una situación delicada, teniendo en cuenta el "pedigrí" familiar, y eso acentuó la paranoia y también la discreción más absoluta (casi hasta el punto de intentar borrar todo lo que tuviera que ver con el pasado político de la familia). Tuvieron que venir investigadores de fuera a hablar con mi abuelo para que algunos detalles fueran saliendo a la luz, y con cierta reticencia.
Supongo que todos tenemos alguna cosa que contar de nuestra familia en aquellos desgraciados años, cosas, a veces, que se han ido contando bajo mano y con la boca pequeña, como si así fueran menos graves, o mandándolas al silencio. Porque mi familia paterna, en el otro bando, también ha sido siempre muy reacia a contar nada, coriendo un velo sobre el asunto, intentando pasar página. Y es la sensación que me queda viendo a mis mayores, y también con las polémicas que se arman cuando se intentan tocar temas de la Guerra Civil, que debió ser algo tan terrible y traumático, que hasta setenta años después nos incomoda y nos hace discutir.
Y sin embargo, el tiempo ha pasado y ha ido dando lecciones y poniendo las cosas en su sitio, porque he visto a mis dos abuelos, que lucharon frente a frente, recordando la guerra y sus luchas, contándose las cosas de cada uno de sus bandos ante un café, riendo las anécdotas, mientras sus nietos jugueteábamos alrededor.
En 1947 se inauguró en Palma el monumento a los fallecidos en el hundimiento del crucero Baleares durante la Guerra Civil, a manos de la aviación republicana (hecho que, curiosamente, también guarda relación con mi familia, puesto que mi abuelo paterno estaba, si no en el barco hundido, sí en uno de la flota) y Franco vino a inaugurarlo. Mi familia materna había contado con algunos destacados miembros del socialismo mallorquín (Llorenç Bisbal Barceló, bisabuelo de quien esto escribe, fue uno de los fundadores de la UGT balear y alcalde de Palma en 1931), por lo que siempre habían suspuesto que estaban bajo el punto de mira (afortunadamente, que yo sepa, no hay nadie de la familia en ninguna fosa o cuneta, pero sí que algunos, como mi abuelo, pasaron una temporada en prisión tras la guerra). Las sospechas se vieron confirmadas cuando, unos días antes de la llegada del dictador para la inauguración, la policía acudió a casa de mis abuelos y de todos sus hermanos para invitarles amablemente a que durante los días que el General estuviera en la ciudad no salieran de casa y a atenerse a las consecuencias si desobedecían la orden.
Obviamente, obedecieron. Pero lo que más llama mi atención es que nadie se haya atrevido a mencionarlo en la familia hasta hace muy poco (tan sólo unos meses), sorprendiendo a los que nacieron más tarde de ese lejano ya 1947, lo cual no es más que un reflejo del miedo que atenazó a la familia durante tanto años. Miedo que, incluso yo, que ya nací con el dictador muerto, he podido sentir y que se ha traducido en una evitación total de los temas políticos en las conversaciones familiares, incluso a la hora de hablar del bisabuelo (siempre se hizo en voz baja y de forma secretil). Claro que las circunstancias nos ponían en una situación delicada, teniendo en cuenta el "pedigrí" familiar, y eso acentuó la paranoia y también la discreción más absoluta (casi hasta el punto de intentar borrar todo lo que tuviera que ver con el pasado político de la familia). Tuvieron que venir investigadores de fuera a hablar con mi abuelo para que algunos detalles fueran saliendo a la luz, y con cierta reticencia.
Supongo que todos tenemos alguna cosa que contar de nuestra familia en aquellos desgraciados años, cosas, a veces, que se han ido contando bajo mano y con la boca pequeña, como si así fueran menos graves, o mandándolas al silencio. Porque mi familia paterna, en el otro bando, también ha sido siempre muy reacia a contar nada, coriendo un velo sobre el asunto, intentando pasar página. Y es la sensación que me queda viendo a mis mayores, y también con las polémicas que se arman cuando se intentan tocar temas de la Guerra Civil, que debió ser algo tan terrible y traumático, que hasta setenta años después nos incomoda y nos hace discutir.
Y sin embargo, el tiempo ha pasado y ha ido dando lecciones y poniendo las cosas en su sitio, porque he visto a mis dos abuelos, que lucharon frente a frente, recordando la guerra y sus luchas, contándose las cosas de cada uno de sus bandos ante un café, riendo las anécdotas, mientras sus nietos jugueteábamos alrededor.
2 comentarios:
Esa imagen que describes al final de este post, es la misma que hemos tenido muchas familias españolas de esta generación: mis abuelos también eran de bandos opuestos, no por gusto sino porque a cada uno le tocó el bando que le tocó y punto. Las historias de la guerra civil son muchas y por suerte o desgracia tardarán más de 70 y 100 años en olvidarse.
Las historias puede que se olviden, pero las heridas no creo. Quedan desplazadas, aparcadas, falsamente cicatrizadas. En realidad casi podría decir que cada guerra no es sino la reapertura de las mismas heridas, condenadas siempre a no cerrarse del todo.
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