Aunque no me gusta meterme en el centro de la ciudad, por el ajetro y el gentío que siempre se mueve, a veces no queda más remedio que hacerlo. Y otras el cuerpo me pide mezclarme con la multitud, sumergirme en la riada humana. En estas ocasiones disfruto de mirar los rostros de la gente, sacarlo, en cierto modo, de la indiferenciación en la que se hallan, individualizarlos. Algunos van mirando los escaparates, otros pendientes de las conversaciones que mantienen con los de al lado, otros van como alelados mirando a todos lados, como si estuvieran buscando algo. Pero no sólo busco mirar, sino que tampoco hay que olvidar los otros sentidos. Escuchar fragmentos de conversaciones, intentando adivinar cómo empezaron y cómo terminarán. Oler sus cuerpos, los perfumes que se han puesto o no, lo que comen. Y ya, en un ejercicio de intromisión exagerado, intentar saber lo que piensan. Porque supongo que en algo debe pensar la gente.
6 comentarios:
Para empezar, amigo pez, a mí me encanta pensar que la gente piensa.
Para seguir, hoy he escrito una entrada sobre grateful dead, este grupo nació en la Telegraph Avenue de Berkeley (San Francisco, California). En esa misma avenida disfruté yo de un momento como el que usted describe: me senté en un portal en una esquina, con la casa de Jerry García enfrente y disfruté como una enana contemplando a la gente.
Yo cada vez soy menos observador con la gente. Mejor dicho, con la masa. Me trae sin cuidado lo que piensen, si es que lo hacen de vez en cuando. Por eso ya siempre que paseo por la calle voy con los auriculares en las orejas (últimamente escuchando mucho John Coltrane, Zorn o Miles Davis). Sobre todo en verano, me crispa mucho escuchar las paridas que se dice el personal, así que mejor aislarse un poco antes que verse obligado a hacer uso de una ametralladora.
shalom
PD: como dice usted en la entrada anterior, joder, ¡a ver si llega pronto ya el otoño!
Ciertamente, me pasa cada vez menos eso de que me apetezca mezclarme en la masa, como a usted, Horrach. Pero cuando me pasa, pues lo disfruto, aunque a veces termino cabreadísimo (eso de tener que ir parándome y caminar al ritmo de los demás me molesta mucho, ya sabe usted que mi andar es más bien rápido). Y sí, yo también uso los auriculares con demasiada frecuencia.
Pensadora, pues a mi me da miedo que piensen. Oyendo lo que se oye a veces, sólo hace falta que lo piensen de verdad y no sea como un acto reflejo. A veces creo que el pensamiento está sobrevalorado, que no es pa tanto.
PD: escribiendo con una sensación térmica de 36º (eso para estas latitudes es bastante, y menos mal que no hace mucha humedad hoy), que frente al portátil y encerrado en mi cuarto, con el sol pegándole fuerte a la pared que tengo a tan sólo unos centímetros, pues debe ser más. ¡Paciencia, Horrach, paciencia!
¿Paciencia? Mucho me pide, querido amigo. Nada, nada: este verano me tengo que cargar, mínimo, a alguien.
shalom
PD: Pensadora, el amigo Pez y servidor somos muy misántropos, y creo que cada vez, al menos en mi caso, lo somos más.
En mi caso, la misantropía tiene un efecto paradójico. Como ya apunté en otra entrada, cuanto más distancia pongo, más amo lo humano, y cuanto más lo amo, más tierra he de poner por medio.
Misántropos sí, pero amables. La educación es lo primero.
Educación, eso sí, creo que no nos falta. Semos civilizadetes. Odiamos, pero en silencio, jajajaj, con cara de buena personita.
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