miércoles, 27 de agosto de 2008

Azares


En un mundo cada vez más tecnificado, en el que todo se tiene a golpe de pulsar un botón o de tomar una pastilla, cada vez hay menos tolerancia a lo extraño e inesperado. No parece haber lugar para la sorpresa en nuestras vidas. La red de causalidades es tan tupida, que no vemos más allá de ellas. No es que haya efectos que se escapen, sino que hay causas que se desconocen. Y esto es lo que parece que no aceptamos con facilidad. Creemos tenerlo todo controlado, sometido. Y nada más lejos de la realidad. En cualquier momento puede ocurrir algo que tuerza los acontecimientos. Un accidente, una enfermedad, un atentado, cualquier cosa puede pasar mañana (o, ya puestos, en los próximos minutos). No se trata de vivir atemorizado y pendiente de todo. Eso sería contraproducente con una vida tranquila y provechosa. Lo que hay que hacer es estar abierto a estas posibilidades, saber que existen, para que no nos golpeen con toda su dureza. Un cierto fatalismo no está mal. Porque luego vienen los disgustos y las psicosis varias, provenientes de esta dificultad para manejar lo imprevisto.

Y en el fondo, a pesar de toda nuestra ciencia y nuestra tecnología, que nos hacen creer los amos del mundo, no hemos dejado de vivir igual que nuestros más remotos antepasados: en la fe de que mañana todo seguirá en pie.

5 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Es cierto lo que dice, amigo Pez, pero en parte (hay mucho en ello de la fe en los 'sistemas expertos', como dice Giddens). Porque también es cierto que pocas sociedades han tenido tanta tendencia a caer en previsiones apocalípticas. La nuestra en eso es muy diestra. Basta ver lo que se dice cuando aparece el tema del cambio climático para darse cuenta de que incluso le vemos cierta gracia a eso de que el futuro no va a existir o va a ser un paraje hipermegasuperterrorífico.

shalom

El Pez Martillo dijo...

Es verdad eso de las previsiones apocalípticas, pero eso fue en otra época, en la que se estaba mucho más expuesto (o al menos se tenía menos sensación de control) a la intemperie. Así, se neutralizaba ese fondo de azar con la voluntad divina. Esto quedó atrás gracias al mito del progreso muy en boga a partir del siglo XVIII (durante la Revolución Francesa, se llegaron a intentar abolir las escuelas de medicinia, porque era cuestión de meses que las enfermedades desaparecieran de la faz de la tierra merced al nuevo régimen, o al menos eso dice Foucault en "El nacimiento de la clínica").

En cualquier caso, esta tendencia a lo apocalíptico se reactivó a raíz de la Guerra Fría y sus amenazas de holocausto nuclear. Y más reciente, las cuestiones climáticas (que aunque tal vez no sea para tanto, sí que parecen estar un poco revueltas, generando cierta inquietud) y, en mi opinión y sobretodo, Chernobil (y aún más reciente, la incertidumbre del terrorismo globalizado) han exacerbado esa tendencia.

A pesar de ello, parece como si, cuanta más incertidumbre se percibe alrededor, más se corre en brazos de entidades seguras. Y es evidente que la percepción de la incertidumbre crece cuando no se cubren las expectativas aseguradoras prometidas por tanta tecnología y conocimiento (algunas sí que quedan neutralizadas, pero se generan de nuevas, en ocasiones peores). Tal vez ese sea uno de los factores de la exacerbación de algunas cuestiones identitarias en torno a la religión (fundamentalismos varios), el terruño (nacionalimso varios), el partido político, el género, la orientación sexual...

Nos vemos.

PENSADORA dijo...

BUENISIMA entrada Pez.

Tema en el que pienso yo a menudo.

Tantas veces como he hablado de los problemas psicológicos actuales, estaba pensando precisamente en lo que describes.

Miedos, fobias, ansiedad, trastornos varios producidos por la rapidez y plasticidad del mundo en que vivimos.

Yo misma he sufrido los efectos devastadores del poco aguante a la frustración. Esto se puede producir por varios motivos y el más común actualmente es todo lo que usted ha dicho.

Básicamente no estamos preparados para las frustraciones.

No estamos preparados para aquello que no podemos controlar, pensamos que todo ha de tener una explicación y esto no es así.

Cuando me diagnosticaron quería que me explicaran por qué yo, por qué a mí, de dónde salía el bicho ese tan raro... aún no lo sé, no lo sabré nunca y vivo con ello bien a gusto, eso sí, después de una soberana terapia.

Cuatroletras dijo...

Tal parece que todo lo inesperado tiene una consecuencia negativa para ti.

Creo que sòlo hay que estar abierto a cosas nuevas, esa es la alegria de la vida.

El Pez Martillo dijo...

No todo lo inesperado tiene porqué tener ese matiz negativo. Pero diría más bien que lo positivo es simple sorpresa y tiene menos poder de conmoción que lo negativo. No se trata de estar abierto a lo nuevo, sino de estar abierto a que puedan pasar cosas con las que no contamos o que escapan a nuestro control por completo.

Pens, es normal eso de hacerse preguntas después de un diagnóstico de ese calibre. Pero simplemente son cosas que pasan y a alguien le han de tocar, por desgracia. Lo importante es saber y poder manejarlas, y tú parece que lo has hecho a la perfección.

Muchos saludos.