domingo, 28 de octubre de 2007

Desde el control


Los sonidos de la agonía se podían escuchar desde el control de enfermería. La noche iba a ser larga. El hombre llevaba dos días muriéndose, y la cosa tenía tiempo de prolongarse al menos hasta el amanecer. Elisa no tenía claro si incluso más. La gente tiende a morir al alba, pero no es una ley matemática, y con lo que estaba tardando aquel pobre hombre en morir, no pondría su mano en el fuego por una hora concreta. A veces apostaba con sus compañeras la hora en que los pacientes agonizantes iban a morir. Ella se equivocaba pocas veces. Los años de experiencia en la unidad de oncología le habían hecho desarrollar un fino olfato para la muerte. Excepto para casos así de erráticos. Aquel hombre debería haber muerto hacía días, pero siguió uno de esos extraños patrones de milagrosas recuperaciones que lo único que presagiaban era un final muy próximo. En una de esas mejorías le pidió que por favor no lo dejara marchar. Se lo dijo apretando su muñeca con fuerza, con una voz inusitada por lo enérgico. Se trataba de una orden. Y ella sabía que no podía cumplirla, porque tarde o temprano la muerte se conbraría a su víctima, por mucho que ella hiciera. Se encontraba en un punto en el que lo único, que no era poco, que se podía hacer por él era que muriera de la forma más cómoda posible. Pero no se podía evitar el desenlace. Por eso Elisa se sentía un poco descorazonada. No por no poder satisfacer al paciente, sino porque la forma en que se lo había dicho le asustó. Sentía un cierto temor hacia ese hombre. Ella y todo el personal de la unidad. Siempre se había mostrado huraño, malhumorado e hiriente. Cuando estuvo mejor y podía pasear, le gustaba asustar a las enfermeras y a los otros pacientes.

"Está loco", decían los médicos y su supervisora cuando se quejaban de su comportamiento, como si eso lo dulcificara. Pero a Elisa eso le inquietaba más. A saber lo que podría haber llegado a hacer. Una vez lo pillaron dormido con un cigarrillo casi consumido en la mano y la sábana llena de cenizas. Para colmo llevaba oxígeno. Podría haber provocado una desgracia. Nadie allí le quería. Nadie llegó a desarrollar ninguna clase de afectividad con él, como a veces sucedía con otros pacientes. Al contrario, el único sentimiento que generaba era la aversión mezclada con un vago temor. Incluso hubo algunas auxiliares que caminaban mas rápido al pasar por delante de su habitación. No tocaba al timbre, gritaba desde su cama lo que quería. Y había que ir rápido, porque podía montar el número.

Nadie le visitaba, nunca se supo de familiares o amigos. También era una incógnita de dónde sacaba las revistas y cigarros que a veces tenía. Sospechaban que los robaba a los otros pacientes. La cuestión es que ahora se estaba muriendo de verdad, y nadie quería llevar al paciente. Nadie quería estar allí cuando muriera. Porque er desagradable hasta para morir. Los estertores provocados por el acúmulo de secreciones en la garganta eran escandalosos, y se oían desde fuera. Les hubiera gustado trasladarlo al extremo distal del pasillo, pero estaba la unidad llena y era difícil hacer esos malabarismos administrativos (además, no había tiempo). Además, les daba cosa pasear al moribundo y que todos por allí vieran la escena. La cuestión es que ahora todos los que iban al control a pedir algo, o que simplemente iban arriba y abajo por el pasillo, tenían que pasar y oír al anciano morir. Y encima no sabían cuanto tiempo podía durar. Porque el hombre se aferraba a la vida. La orden tajante que le dio a Elisa era una señal de que no queróia morir. Y la experiencia le enseñaba que cuando alguien no deseaba morir, tardaba mucho más que aquellos que habían aceptado su destino. Era algo raro y difícil de explicar, pero así era.

La noche iba a ser larga. Ella tampoco quería que se le muriera a ella, no deseaba tener que amortajarlo. Y le daba cosa entrar sola a ponerle la morfina que llevaba pautada a modo de sedación. Al mismo tiempo deseaba que, cuando al cabo de dos días volviera al trabajo, aquel homnbre tan desagradable no estuviera. Pero no estaba segura de que así fuera. Y eso la desasosegaba.

1 comentario:

P. Simon Torres dijo...

Y??cuándo murió al fin o que?? perdón la insensibilidad ...pero queda la duda