Hay lugares especiales. Lugares que tienen magia. Bien sea porque traigan recuerdos (son sitios donde el velo del tiempo se vuelve más fino y dos momentos, el presente y el pasado se tocan con cierta intensidad), o porque tienen una belleza especial. En cualquier caso, a estos espacios se les toma cariño (extraña idea esta, que muchos no sabrían ni siquiera imaginar, la de amar un lugar). Acabo de llegar de uno de estos sitios, uno de mis lugares especiales.
Se trata de un camino alternativo, que pocos conocen, para volver del campus a la ciudad. Cuando me llevo el coche (lo cual no sucede casi nunca, salvo que tengo una prisa especial en volver o tenga que ir a algún otro lado), y si hay tiempo, me gusta ir por este camino. En lugar de ir por la carretera principal, que está un poco saturada de tráfico, y para colmo está en obras (¿qué carretera no lo está en esta isla?), me meto por un pequeño camino casi de tierra que está escondido en una de las vías secundarias que salen de la universidad. El caminillo en seguida se mete en el barrio de Son Espanyol, donde se convierte en calle asfaltada. A partir de aquí ya no se dejarán de ver casas. Pero son unas casas muy especiales. Se trata de un barrio exterior de Palma, con casas viejas que aún mantienen un pequeño huerto (muchas de ellas reconvertidas en chalet con jardín). las diversas parcelas están separadas por paredes de piedra, y entre ellas, encajonada, discurre la carretera. Ésta es de amplitud variable, y en algunos puntos cabe un sólo vehículo (lo cual es un problema, porque es de doble sentido, y hay dificultades si aparece otro coche en la otra dirección, lo cual lo hace más atractivo, por el punto de aventura que la cosa tiene). En las verjas y paredes se encaraman las plantas, enredaderas, buganvilias y muchas especies más, que dan un gran colorido al camino. En primavera, además, el color se mezcla con el olor, haciendo del trayecto toda una gozada. Si además, se circula al atardecer, la cosa mejora mucho. Al final del trayecto, casi llegando al núcleo urbano, se pasa junto al monasterio de la Real, uno de los primeros de la isla, fundado tras la conquista cristiana.
Resulta difícil de explicar por escrito las sensaciones que transmiten estos pocos kilómetros, pero es un lujo estético que tenemos a unos pocos minutos de la ciudad, casi en continuidad con ella (a menudo pienso que parece mentira que eso esté tan cerca de la ciudad). Además, si se va en buena compañía y con buena música (algo de Yann Tiersen no es mala idea), la experiencia se hace inolvidable, como me ocurre a mi. Me gusta ir por este sitio, pero no deja de ponerme algo triste, por los resortes que activa en mi memoria.
Y además, esta zona se ve amenazada por la fiebre constructora que padecemos. El segundo cinturón de Palma, algunas urbanizacionens y el nuevo hospital de Son Espases, todavía en fase de proyecto, de realizarse, supondrían la transformación total de esta zona. Ya no sería lo mismo, y el asfalto barrería con buena parte de la barriada. Y con él, una parte de mi vida.
2 comentarios:
Debe ser precioso...
era
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