Me gusta ir en autobús. Cuando tengo que subir al campus y no tengo prisas, me gusta que me lleven. Allí se ve a otras gentes y se puede contemplar el mundo. A veces se ve algo que da mucho que pensar, y te tiene entretenido por el resto del trayecto. Hoy ha sido uno de esos días.
La carretera, al salir de la ciudad, discurre por en medio de campos de almendros, y aquí y allá, alguna casa se deja ver a ambos lados. Una de esas casas se encuentra rodeada de frondosos árboles. Y en uno de ellos había una cometa enganchada. Parece una tontería, pero la imagen me ha parecido desoladora. Se supone que siguiendo el hilo de la cometa debería haber alguien, un niño probablemente (por los dibujos que tenía, seguro que era de un niño), y verla así, tan sola, me ha parecido siniestro. El sol brillaba y el verde era esplendoroso. Pero allí había un resto, algo que no debería estar de ese modo, una pequeña anomalía del mundo. Y en seguida he pensado en ese niño, que habrá salido emocionado a hacer volar su nueva cometa, y que al poco la ha visto enredada en las ramas más altas del árbol. Por un momento he visto su cara de decepción, y he podido sentir su desilusión.
Y metido en estas cavilaciones el autobús ha llegado al campus, y me he tenido que bajar, reenganchándome a la vida cotidiana, dejando los asuntos de ese niño y reenganchándome a los míos.
2 comentarios:
Maravilloso ...
Me he puesto rojo. Gracias
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