lunes, 8 de enero de 2018

Sendas de antaño


El otro día, en uno de esos paseos sin rumbo (¿seguro que de forma inconsciente no lo hay?) que a veces doy al más puro estilo flâneur, me sorprendí junto a mi antigua escuela. Decicí recorrer el camino que tantas y tantas veces hice desde su puerta hasta mi antigua casa. Cruzando por los mismos lugares, pasando ante los mismos portales en los que vivían mis amigos. Apenas nada ha cambiado desde la última vez que transité esas aceras (es curioso, cambiaron más cosas en los años en que hice el recorrido varias veces todos los días que en los años transcurridos desde entonces). Únicamente los árboles, que vi plantar tras una remodelación de la avenida, han crecido, dándole un aire más sombrío. O a lo mejor era yo que iba más sombrío, menos luminoso y alegre que antaño. Por momentos parecía que iba a aparecer yo mismo acarreando aquella mochila repleta de libros, acompañado por mi madre primero, y luego por aquellos amigos que parecía que siempre iban a estar (con algunos aún mantengo contacto, de otros no sé nada, y alguno ha muerto). Y si me hubiera encontrado, ¿qué habría hecho? ¿darme algún consejo? ¿advertirme de alguna cosa? Lo más seguro es que me hubiera dejado pasar, contemplándome, dejando al niño que fui seguir su camino sin interferir en nada.   

1 comentario:

Juan Carlos González Caballero dijo...

Preciosa e inspiradora la entrada que has escrito. Ahí es cuando nos atrapas con la situación que propones. Encontrarnos con nosotros mismos cuando éramos niños.
De algún modo creo que seguimos llevando a ese niño dentro con el que dialogamos a veces. Me ha encantado. Gracias por compartirlo.