Es un vicio muy habitual entre los exorcistas que, de tanto luchar con los demonios, se creen inmunes a él. Nada más lejos de la realidad, pues a menudo el diablo habita en ellos, aunque se tengan por limpios. Y es que, antes, durante y después de los exorcismo, hay que estar exorcizándose a uno mismo y no bajar la guardia.
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