Uno de los grandes problemas (si no el más grande) que nos aqueja, es que el país está lleno de trepas y pelotas que ocupan cargos y puestos para los que, sencillamente, no son aptos. Seguro que todos conocemos más de un caso. Ese tipo que con altas dosis de jeta y desfachatez, acompañados del carnet de algún partido, ocupan un despacho. Que si se ven en un aprieto, huyen hacia adelante, a ver si con suerte pueden arrollarlo, y si caen, es por culpa de algún imponderable que ellos, por supuesto, usted no sabe con quién esta hablando, no tienen porqué intentar prever (siempre se pierde por culpa del árbitro, del césped, del frío o de vaya usté a saber, pero difícil es que alguien entone un mea culpa). Jefecillos mediocres que se creen los reyes del mambo porque han caído en gracia a algún superior, han sabido venderle la moto y les ha colocado allí (cuando no les han creado el cargo ad hoc). Que saben parecer imprescindibles sin que se sepa bien qué es lo que hacen, y que lo que hacen lo hacen de forma muy mejorable pero que no hay forma de pillarlos porque eso es de ellos para abajo, y para arriba saben disfrazarse muy bien.
En el fondo, se trata de una meritocracia. Pero los méritos que cuentan no son los del desempeño del cargo, sino otros, los de haber sabido llegar a él. Ahí se acaba el tema. A partir de ahí, sólo hay que hacer méritos para subir al siguiente nivel (aunque el verdadero trepa aprovechado sabrá no llegar demasiado arriba y esquivar los puestos con excesiva visibilidad, con el fin de quedarse en limbos invisibles y cómodos a perpetuidad).
Y al final, uno tiene la sensación de que sí, hay crisis, se han hecho cosas mal, la situación es jodida, pero que no lo sería tanto si no estuviéramos tan infestados de personajes de esta clase, que suponen un lastre que nos ha hundido, nos hunde y hacen que las brazadas que intentamos dar para salir a la superficie sean inútiles.
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