Lo bueno de todo este embrollo es que están cayendo muchas máscaras y muchos se están (nos estamos) retratando. El emperador está desnudo. La cuestión ahora es aclarar hasta qué punto la gente lo ve y no lo admite por mil y una razones, o es más bien que llevan unas anteojeras puestas que les hacen, todavía, ver bellos ropajes donde sólo hay decrepitud y podredumbre.
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