Solemos poner al espectador fuera del espectáculo, como destinatario del mismo, ajeno y abismáticamente separado de lo observado. Sin embargo, en definitiva, también forma parte de la obra, por muy pasivo que sea respecto a ella. Viene esto a cuento de la tentación que algunos tenemos de, ante el cariz que está tomando el devenir mundial, sentarnos a contemplar la probable destrucción, como quien está cómodamente sentado en la butaca de un cine, disfrutándola en cierta medida.
Se nos acusará de pasivos, de tibios, de egoístas, y desde las trincheras se nos señalará por no implicarnos, por desperdiciar valiosas fuerzas. Puede que no les falte razón. Pero la inacción contemplativa no deja de ser también parte del espectáculo. Una actitud más que puede desempeñar algún papel. Cuando menos, iremos contando cómo vemos la cosa, nuestras impresiones y reflexiones. Hasta que el Maelstrom nos engulla.
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