A petición de Peces Digitales, Enfermería Sociosanitaria, Salud@información y Cultura y Salud, Salud y Cultura, he sido convocado a una ronda de entradas acerca de la Enfermería y su papel. Ahí va mi intento:
La progresiva tecnificación y especialización que nuestra sociedad viene mostrando de un tiempo a esta parte, con todas sus ventajas, no deja de traer algunos problemas. Uno de ellos, poco visible pero peligroso y cada vez más presente es el de la fragmentación. Como cada vez sabemos más cosas sobre todo, es preciso dedicarse en exclusiva a un campo del conocimiento. Así, llegamos a una situación en la que cada uno tiene su ámbito y desatiende los demás. Y, más importante aún, se pierde la visión del todo del cual forma parte el área con la que se trabaja, con lo cual no sólo se produce una cierta miopía que nos impide ver más allá de nuestros dominio, sino un descuartizamiento de la realidad, que es, al fin y al cabo, lo que nos importa.
El sistema sanitario no es ajeno a esta dinámica, y vemos como las distintas profesiones que en él se desenvuelven adoptan posiciones cada vez más específicas en relación a los usuarios, que llegan a ser atendidos por distintos profesionales que, en buena medida, a pesar de la retórica del trabajo en equipo, no conjuntan demasiado sus actuaciones y van cada vez más a lo suyo. Y dado el predominio que siempre ha tenido la medicina en la sanidad, todo ha sido organizado con vistas al trabajo del médico: se han dividido los hospitales por especialidades y el conglomerado de técnicas de diagnóstico y tratamiento (quirúrgicas, farmacológicas, o de cualquier otra índole) ocupan casi monopolísticamente el espacio de trabajo. Incluso la introducción de la Atención Primaria, si bien de modo distinto, también se mantiene dentro de estos esquemas, al menos en la práctica.
Con ello se llega a una tremenda paradoja: tenemos una capacidad enorme para tratar enfermedades, pero no nos ocupamos del enfermo. En efecto, alguien puede acudir con una infección o un dolor, y en buena medida podremos resolverle el problema, pero sin que en ello se vea afectado él para nada. Vienen los especialistas, hacen sus valoraciones (utilizando al usuario como un simple medio para averiguar cuál es el problema), pautan su tratamiento, y para casa. Y entre medias, se ha perdido la visión global del enfermo.
Embarcados como estamos en esta deriva descuartizadora de la que hablaba más arriba, que en estos casos resulta más peligrosa, porque cada uno de nosotros es algo más que un conjunto de órganos y de reacciones químicas, supongo que alguien debe situarse en la perspectiva global e integradora que evite que el enfermo quede reducido a una mera masa de parámetros y números a menudo sin relación entre sí. La idea es que ese alguien sea la enfermera.
Para ello, sería precisa ir más allá de la consideración de la enfermedad como algo que se puede medir y calcular, como una mera alteración biológica más o menos reversible. Y ello afectaría, como es lógico, al concepto mismo de salud (que no sería lo que se tiene cuando no se está enfermo) y a la forma de relacionarnos con los usuarios. Bajo esta perspectiva, la enfermería tiene ante sí un campo mucho más amplio que debe obligarnos a salir del hospital y el centro de salud. El gran problema es cómo plantear nuestro trabajo desde esta perspectiva, porque se hace difícil mantener la visión global cuando todo el mundo está metido en sus agujeros, y desde allí apremian y estiran para que se entre en ellos (es más, ya casi no se entiende el mundo si no es de esta forma troceada y envasada). Y más teniendo en cuenta que este enfoque no parece casar muy bien con la idea actual de ciencia.
A pesar de las dificultades, me parece importante no perder esa visión más general y completa del fenómeno de la enfermedad. Porque no debemos olvidar que no hay enfermedades a secas, sino personas enfermas. Así que, si todo el mundo se dedica a estudiar y trabajar la enfermedad, alguien tendrá que preocuparse del enfermo. Vamos, digo, yo.
La progresiva tecnificación y especialización que nuestra sociedad viene mostrando de un tiempo a esta parte, con todas sus ventajas, no deja de traer algunos problemas. Uno de ellos, poco visible pero peligroso y cada vez más presente es el de la fragmentación. Como cada vez sabemos más cosas sobre todo, es preciso dedicarse en exclusiva a un campo del conocimiento. Así, llegamos a una situación en la que cada uno tiene su ámbito y desatiende los demás. Y, más importante aún, se pierde la visión del todo del cual forma parte el área con la que se trabaja, con lo cual no sólo se produce una cierta miopía que nos impide ver más allá de nuestros dominio, sino un descuartizamiento de la realidad, que es, al fin y al cabo, lo que nos importa.
El sistema sanitario no es ajeno a esta dinámica, y vemos como las distintas profesiones que en él se desenvuelven adoptan posiciones cada vez más específicas en relación a los usuarios, que llegan a ser atendidos por distintos profesionales que, en buena medida, a pesar de la retórica del trabajo en equipo, no conjuntan demasiado sus actuaciones y van cada vez más a lo suyo. Y dado el predominio que siempre ha tenido la medicina en la sanidad, todo ha sido organizado con vistas al trabajo del médico: se han dividido los hospitales por especialidades y el conglomerado de técnicas de diagnóstico y tratamiento (quirúrgicas, farmacológicas, o de cualquier otra índole) ocupan casi monopolísticamente el espacio de trabajo. Incluso la introducción de la Atención Primaria, si bien de modo distinto, también se mantiene dentro de estos esquemas, al menos en la práctica.
Con ello se llega a una tremenda paradoja: tenemos una capacidad enorme para tratar enfermedades, pero no nos ocupamos del enfermo. En efecto, alguien puede acudir con una infección o un dolor, y en buena medida podremos resolverle el problema, pero sin que en ello se vea afectado él para nada. Vienen los especialistas, hacen sus valoraciones (utilizando al usuario como un simple medio para averiguar cuál es el problema), pautan su tratamiento, y para casa. Y entre medias, se ha perdido la visión global del enfermo.
Embarcados como estamos en esta deriva descuartizadora de la que hablaba más arriba, que en estos casos resulta más peligrosa, porque cada uno de nosotros es algo más que un conjunto de órganos y de reacciones químicas, supongo que alguien debe situarse en la perspectiva global e integradora que evite que el enfermo quede reducido a una mera masa de parámetros y números a menudo sin relación entre sí. La idea es que ese alguien sea la enfermera.
Para ello, sería precisa ir más allá de la consideración de la enfermedad como algo que se puede medir y calcular, como una mera alteración biológica más o menos reversible. Y ello afectaría, como es lógico, al concepto mismo de salud (que no sería lo que se tiene cuando no se está enfermo) y a la forma de relacionarnos con los usuarios. Bajo esta perspectiva, la enfermería tiene ante sí un campo mucho más amplio que debe obligarnos a salir del hospital y el centro de salud. El gran problema es cómo plantear nuestro trabajo desde esta perspectiva, porque se hace difícil mantener la visión global cuando todo el mundo está metido en sus agujeros, y desde allí apremian y estiran para que se entre en ellos (es más, ya casi no se entiende el mundo si no es de esta forma troceada y envasada). Y más teniendo en cuenta que este enfoque no parece casar muy bien con la idea actual de ciencia.
A pesar de las dificultades, me parece importante no perder esa visión más general y completa del fenómeno de la enfermedad. Porque no debemos olvidar que no hay enfermedades a secas, sino personas enfermas. Así que, si todo el mundo se dedica a estudiar y trabajar la enfermedad, alguien tendrá que preocuparse del enfermo. Vamos, digo, yo.
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