lunes, 3 de septiembre de 2007

El valor del ocio


El término castellano ocio deriva del latino otium. Esto es más o menos sabido. Y también lo es que, lo contrario del otium es el neg-otium, el negocio. En cierto modo es lógico y cuadra muy bien con nuestra mentalidad moderna, en la que poco a poco hemos logrado compaginar la jornada laboral con los momentos de descanso. Precisamente, ahora mismo medio país se despereza del descanso por excelencia, el mes de Agosto. Pero nuestra concepción del ocio es muy distinta a la que tenían los antiguos, que fueron los que inventaron el concepto.

El hecho de que sea el ocio el que tenga término propio, mientras que su opuesto es simplemente la negación del ocio ya nos pone sobre la pista de qué era lo que ellos realmente valoraban. Nosotros, en cambio, tendemos a considerar el ocio como el tiempo libre, exactamente como lo contrario a lo que es nuestra ocupación, el tiempo que sobra y en el que descansamos de las labores cotidianas. Hay que tener en cuenta que los antiguos tenían esclavos, y que el que podía hacerse con un buen grupo de ellos que le liberaran de las cargas de la vida era el que tenía acceso a ese ocio tan preciado. De este modo, el que tenía más ocio era el que estaba en una posición social más elevada. Los esclavos, o las clases bajas, se tenían que dedicar a labrarse la vida, nadie les hacía nada y tenían que ganarse el pan y las pocas comodidades a las que pudieran acceder con esfuerzo. Así, el poco tiempo que les quedaba, es muy probable que lo dedicaran a descansar, igual que nosotros. Los modernos trabajamos para tener comodidades, para tener nuestra casa, nuestro coche, buenos muebles, electrodomésticos... Incluso trabajamos para, en vacaciones, poder viajar. Se trata de lo mismo. Y tenemos más tiempo libre (el menos respecto al trabajo, el asalariado, se entiende, que hay muchas otras clases de cosas que hacer). Pero el tiempo libre lo ocupamos haciendo cosas que supuestamente nos divierten: estar con los amigos, ir de viaje o excursión, ir al cine, pasear..., y todo con un alto componente de consumo, de gasto, es decir, de negocio. El ocio se diluye en el negocio. Pienso que esto es importante y que marca una diferencia sustancial con el sentido originario de la cuestión, puesto que se vive siempre en una alteridad. En la antigüedad, a pesar de no tener una teoría del Yo tan clara y marcada como la nuestra, sabían distinguir entre el dentro y el fuera. Y una de estas distinciones la subrayaban con lo del otium y el negotium. El negocio era una actividad volcada hacia afuera, el ámbito de la alteridad, donde ésta podía ser el dinero, el comercio, la política o cualquier otro menester. En cam bio, el ocio siempre tenía que ver con el adentro. Así, los que no tenían otra cosa que hacer, se dedicaban a ellos mismos, a cultivarse, a hacerse hombres. Leer, aprender, reflexionar..., esto era lo que hacían. Los hombres de cultura eran ociosos, gentes libres que no tenían otra cosa que hacer. Se volcaban en ellos, se cultivaban. Los modernos, en cambio, con un Yo tal vez mucho más asegurado, no abandonan en general esa dimensión exterior de la alteridad y siguen vacando de cosa en cosa en su tiempo de ocio. Y eso que ahora quien mas quien menos tiene algún momento que se podría dedicar a la reflexión y al enriquecimiento personal (en su dimensión cualitativa, porque hay quien confunde el enriquecimiento como la acumulación de experiencias) y no lo aprovechan, perdidos en esa constante huida que es la vida moderna.

2 comentarios:

Jarttita. dijo...

Pues yo (y usted lo sabe bien) me muero por tener Ocio. Pero del no negocio..del que te permite hacer lo que quieres sin obligaciones ni remordimientos de conciencia. Tiempo para mí. o sea. De mí.

Si ocio es igual a tiempo.

Todo llegará, spero.

Johannes A. von Horrach dijo...

Joder, no lo sabía a esto del 'negocio'. Pues vaya plan, porque hoy en día el negocio ya también ha devorado al ocio, con lo que no nos queda salida al mercantilismo.