Sucede que nos acabamos adaptando tanto a los roles que desempeñamos, a las caretas que nos vamos poniendo en cada ambiente y situación, que llegamos a hacerlas tan nuestras que no sabemos comportarnos de otra forma, velando muchas otras máscaras, sobre todo la que usamos como la más íntima, a la que nos referimos como nuestro yo mismo, ese núcleo se supone más auténtico desde el que nos irradiamos al mundo. Pero insinúo que eso podría ser también máscara, no como un telón que esconde, sino como fruto de la ordenación de un caos, de una cosmética. Porque cosmética viene de cosmos, que etimológicamente es orden. Y su opuesto no es el caos, que en su origen es la abertura de la que todo emana. El caos es la condición de posibilidad del orden.
Así pues, hay caos y luego podemos decir que somos algo.
1 comentario:
No queda otra: ¡A por la supermáscara!
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