Ego por todas partes. Todo el mundo afirmándose. Porque lo valen. Y porque se han creído que esto es una guerra en la que hay que vencer sí o sí. Todo son afrentas y desafíos. Son tiempo anodinos en los que falta épica y se busca la emoción en cualquier menudencia, a veces hasta extemos grotescos. Cada vez somos más incapaces de tomar distancia de nostros mismos y diluirnos, de desprendernos. Como mucho nos escondemos tras máscaras desde las que nos proyectamos, a menudo movidos por temores impulsados por esa épica a la que parece que apelamos de forma continua.
Oigo estupefacto a las jóvenes promesas hablar de la creación desde la experiencia, que hay que hablar de lo que se ha vivido y masticado (aunque sea en boca de otros personajes). Y veo cómo a menudo se es incapaz de comprender que lo que antaño se ha creado no es una opinión o vivencia de quien lo haya creado. A mucha gente no le cabe en la cabeza que no se pueda escribir e incluso opinar en contra de las ideas y pensamientos propios. Todo se convierte en catecismo de las creencias y afirmación del ego, que se muestra así débil. Cualquier andamio que sostenga y refuerce ya viene bien, y lo peor es que esa prótesis externa acaba internalizándose y creyendo que es algo íntimo.
Burbuja egoica. Pinchémosla opinando contra nosotros mismos. Cuestionándonos. Poniéndonos en la picota. No nos achantemos ante la contradicción. Reivindiquémosla. Traicionémonos. Juguemos. Porque esto no es una guerra. Es un juego y no hemos venido a ganarlo, sino simplemente a jugar.
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