La cotidianeidad nos disuelve, nos sumerge en un mar de estímulos y objetos que nos hacen olvidar de nosotros mismos. El dolor, la enfermedad, también el cansancio nos giran hacia nosotros, hacia nuestro cuerpo, dan cuenta de la pesadez de la vida, de la continua e ininterrumpida lucha que ella es. Tal vez de ahí surja la voluntad de eliminarlos, de seguir en la despreocupada disolución del día a día, más cómoda, más fácil. Y aún así queda un resquicio para el cuerpo, una grieta por la que nos manda sus señales, y que nos impulsa a la búsqueda de estupefacientes que nos alivien la carga, que nos hagan olvidar que vivimos. Sin embargo, la vida pugna por seguir ahí, reapareciendo bajo la fantasmagoría de la intensidad vital, del carpe diem que da alas a la estupefacción neutralizadora. Creemos estar más vivos que nunca cuando somos cadáveres andantes. Por eso viene bien aprovechar los momentos de giro en nosotros mismos y sacar de ellos las lecciones que creamos necesarias. Para seguir vivos, no para seguir viviendo.
1 comentario:
Gran y certero texto compañero!
Cierto es que, aunque muchas veces pretendemos hacer caso omiso de los avisos físicos, nuestra mente y alma necesitan de nosotros. Parece mentira que seamos capaces de abandonarnos de la manera que lo hacemos y encima pretendamos adormilar la realidad... ¡humanitos! vaya sociedad y vaya forma de vida que nos hemos montado... ¡cuanto nos falta por aprender!
Saludos pues!
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