Alguna vez he comentado el pavoroso efecto que los pasados años de "esplendor" económico han provocado en una buena parte de compatriotas: una actitud de nuevos ricos insoportable. Era de esperar, pasar de la miseria rural a la burbuja inmobiliaria en apenas treinta años es algo difícil de digerir (el tópico acerca del éxito y los estragos que puede provocar en quien no esté preparado). Este fenómeno es aún mayor en el sector femenino, que además de ese éxito ha vivido en su seno un salto brutal en lo que a situación de género se refiere. Además de pasar del campo al adosado-con-todoterreno-en-el-portal, han pasado de ser seres infantiloides y necesitados de tutela (paterna y/o marital) a ciudadanas de pleno derecho. Este doble salto ha hecho que su actitud de "nuevas ricas" sea aún más desagradable e intolerable. Ese ser "nuevas ricas" se traduce en un divismo criminal, un continuo necesitar que se les recuerde lo estupendas que son, una actitud altiva y toda una serie de expectativas, nunca cumplidas del todo, que les conducen no a un autoexamen y autocrítica, sino a una reafirmación suicida. Con el socorrido "porque yo lo valgo", todo está solucionado.
Observo esta actitud en las que han crecido a socaire de la bonanza económica y la estabilidad política, las que no han conocido del todo la situación anterior, las que han desarrollado su personalidad en paralelo a las conquistas sociales. Son las hijas de esos nuevos ricos, herederas petardas que no saben valorar nada porque nada les ha costado ningún esfuerzo. Eso, unido a la banalización creciente y general en la que vivimos, ha dado lugar a unas niñatas caprichosas, autocomplacientes, crecidas y que encima se creen ser lo más de lo más.
Quiero pensar que es una mala gripe que se acabrá pasando, y que las hijas de esta generación de mujeres perdida para España (si es que las tienen, porque una queja habitual que profesan es lo difícil que está "pillar a un hombre") renegarán de sus madres y se avergonzarán de todo el trabajo no hecho, que no es poco. Por ahora, no se ve la luz al final del túnel, pero hay esperanzas que no conviene perder.
Observo esta actitud en las que han crecido a socaire de la bonanza económica y la estabilidad política, las que no han conocido del todo la situación anterior, las que han desarrollado su personalidad en paralelo a las conquistas sociales. Son las hijas de esos nuevos ricos, herederas petardas que no saben valorar nada porque nada les ha costado ningún esfuerzo. Eso, unido a la banalización creciente y general en la que vivimos, ha dado lugar a unas niñatas caprichosas, autocomplacientes, crecidas y que encima se creen ser lo más de lo más.
Quiero pensar que es una mala gripe que se acabrá pasando, y que las hijas de esta generación de mujeres perdida para España (si es que las tienen, porque una queja habitual que profesan es lo difícil que está "pillar a un hombre") renegarán de sus madres y se avergonzarán de todo el trabajo no hecho, que no es poco. Por ahora, no se ve la luz al final del túnel, pero hay esperanzas que no conviene perder.
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