Me comentan con cierta sorpresa y algo de indignación que en los últimos años se ha producido en la filosofía, o al menos en los centros dedicados a su enseñanza, un cierto giro en los temas y autores centrales. Al parecer, se ha cambiado a Marx por Heidegger. Pensándolo bien, algo de cierto hay en esta afirmación. Por mi experiencia personal, ligada desde hace unos años al estudio de la filosofía, he notado un aumento del tiempo y de los temarios dedicados a Heidegger, así como un aumento de los alumnos interesados en él. Al mismo tiempo, Marx va perdiendo predicamento en el mundo académico, si bien sigue ahí.
Para empezar, me extrañó mucho que no se me explicara a Marx en la carrera, que estaba reducido a un tema en la asignatura Historia de las Ideas Políticas. Creo que es un error reducir a Marx a una mera idea política, error en parte provocado por él mismo al pretender unas derivación política de sus teorías en torno a la realidad económica y cultural. Error que fue aumentado por sus epígonos al convertirlo en una herramienta de adoctrinamiento de las masas para que unos pocos detentaran el poder. En cualquier caso, de Marx me han enseñado poca cosa, y todo dentro de los tópicos del marxismo. A lo mejor es que se daba por supuesto que teníamos que sabérnoslo. En cambio, sí que me explicaron cosas de Heidegger, y si bien en ningún momento se trató de una exposición exhaustiva de su pensamiento, sí que se tocaron no pocos de sus temas centrales. La cosa ha seguido después de terminar la carrera, y Marx está muy dejado de lado.
Esta situación no es más que un reflejo del mundo externo, en el que las posiciones marxistas van perdiendo fuerza a pasos agigantados. Los pocos países comunistas que quedan en el mundo están reducidos a dictaduras esperpénticas (lo cual no las hace menos peligrosas) o en derivas capitalizantes (como es el caso de China), y los partidos de la órbita marxista (socialistas, comunistas y demás) andan un poco perdidos y a la deriva (por más que puedan detentar el poder en algunas partes). Podría decirse que el marxismo como idea política agoniza, por más que muchos se empeñen en afirmar que sigue vivo o intenten resucitarlo (a menudo a golpe de violencia, lo cual es una prueba de su debilidad). Esta situación de desbandada y desorientación en las antiguas filas marxistas (que, no nos engañemos, abarca a casi todas las izquierdas, ya que la izquierda no marxista es mínima, si es que existe), hace que se hayan perdido algunos fundamentos, e incluso afecta a las derechas (que han hecho, y siguen haciendo del antimarxismo una de sus banderas). De un tiempo a esta parte ha quedado un vacío, un espacio abierto que abarca lo político y lo social. Las preguntas en torno a nuestra situación en el mudno y sobre la realidad. Se está experimentando un desamparo, una indigencia. Y esto nos pone en la temática heideggeriana, llena de abismo, vacío, nada, espacios abiertos, retiradas...
Curiosamente, el inicio del final marxista y del comienzo heideggeriano coinciden en el tiempo. En 1989 caía el muro de Berlín y con él se empezó la fulminante desintegración de todo el bloque comunista europeo (quedaron algunos restos de comunismo, en franca decadencia y creciente grado de bizarrismo). En el mismo año se publicó de forma póstuma el volumen 65 de las obras completas de Martin Heidegger bajo el título de Beiträge zur Philosophie (Vom ereignis) [Aportes a la filosofía (Acerca del Evento)], que ha sido considerado como su segunda gran aportación a la filosofía después de Ser y Tiempo. Esta obra marcó el renacimiento del interés en su obra, que corría paralelo a la decadencia de todo lo marxista (y con él, de todo lo marxiano).