domingo, 6 de agosto de 2006

Medicina objetiva y medicina subjetiva


La tecnología invade cada vez más ámbitos de nuestra vida. En realidad no es nada nuevo, ya que desde el primer homínido que manejó un útil de piedra se entró en la era de las tecnologías. Pero en las últimas décadas el proceso de avence tecnológico se ha acelerado hasta límites insospechados. Todo se ha transformado, y no es posible predecir cómo estaremos dentro de quince años o veinte. Ello tiene muchos beneficios, es evidente, pero también aporta nuevos problemas, que debemos intentar solucionar. Es posible que nos veamos desbordados por estos problemas ante la avalancha continua de nuevas tecnologías a la que no nos hemos acabado de acostumbrar en los últimos treinta años.
Pero no es sobre eso sobre lo que quería hablar. Hoy me quería referir al impacto de la irrupción de los nuevos medios tecnológicos en la medicina. En apariencia, se trata de una mejoría en la atención a los pacientes. Es lógico, mejores aparatos que permiten diagnosticar mejor y tratar mejor las dolencias que padecemos. Ciertamente es así. Pero hay también en esto un cambio mucho más profundo que afecta a la naturaleza misma de la medicina, a su núcleo central, y este cambio no todo el mundo lo ve. Podríamos hablar de cambio de paradigma en la práctica médica. Antes, un buen médico se caracterizaba por su ojo clínico, por la capacidad de deducir, a través de los síntomas, la enfermedad que teníamos. Para ello la experiencia y la sabiduría eran vitales. Había que acercarse al paciente, escucharlo, atenderlo, y con lo que comunicara y la experiencia del médico, elaborar un diagnóstico y proponer un tratamiento. Era la medicina basada en los signos y síntomas.
Hoy en día, y de cada vez más, la medicina se basa en las pruebas diagnósticas. Los síntomas son sólo una fase primaria y de mera recopilación de datos. A partir de lo recopilado se calculan las posibles enfermedades que se tengan, y se van a buscar. Así de sencillo. Es una labor muy mecánica. Y prueba de ello es el hecho de que se funcione a base de algoritmos. Si se presenta A, entonces se hace B. Así funciona la medicina. El paciente es sólo la excusa para poner en marcha la cascada de pruebas diagnósticas, que son la clave de bóveda de la medidina actual. Hay muchos médicos que se lanzan a pedir toda clase de pruebas, a ver qué es lo que sale. Y efectivamente, sale algo, siempre aciertan. Cazar moscas a cañonazos, y siempre con la ayuda de los protocolos, que guían toda la actuación. El conocimiento ha sustituido a la sabiduría.
En un mundo cada vez más objetivo (en el sentido de que todo es objeto, todo es un algo "a la mano"), la medicina se ha olvidado del enfermo, y sólo atiende a la enfermedad. ¿Pero qué sería de la enfermedad sin enfermos?. No se puede olvidar la dimensión subjetiva que todo fenómeno tiene. Y la intermediación de la tecnología hace que una relación intersubjetiva (entre el médico y el enfermo) se transforme en el afrontamiento objetivo de un hecho objetivo (de la ciencia médica y todo su arsenal diagnóstico y terapéutico, y la enfermedad y sus agentes causales). Con ello se pierde de vista esa relación intersubjetiva, constituyendo una nueva separación entre las personas que padecemos desde hace ya tiempo.
No voy a negar la utilidad de las tecnologías para la medicina. Es algo evidente. Miles de personas están vivas, y quién sabe, a lo mejor hasta están leyendo esto, gracias a ellas. Lo que quiero es poner sobre la mesa el cambio de paradigma que se ha producido en la medicina y cómo con él se ha perdido algo importante para el ser humano.

¿Nos sirve de algo estar sanos sin estar curados?
¿En quién confiamos más, en los médicos o en sus aparatos? (nótese que muchas clínicas se anuncian no por tener a tal o cual médico de prestigio, sino por tener las últimas tecnologías entre sus equipaciones).

1 comentario:

Anónimo dijo...

no sé muy bien cómo he llegado hasta aquí, pero es como si yo hubiera escrito esta entrada. No podrías haberlo dicho mejor! un saludo