martes, 10 de octubre de 2006

Hacia arriba


Estamos acostumbrados a ver las cosas desde una altura de 1,5-2 metros. Es un hecho biológico. Y solemos mirar de ahí para abajo. Hoy, en el autobús, me ha dado por mirar hacia arriba. Y resulta llamativo todo lo que se puede ver por allí. Me he sorprendido por la proliferación de banderas en los balcones (lo cual es una mala señal), pero también he disfrutado de ver las plantas en los balcones, los tendederos llenos de ropa, las ventanas de los niños con monigotes pegados, los ventanales sin cortinas de un piso vacío... Hay todo un mundo ahí arriba. Un mundo con más vida que la superficie de las calles. En ellas, al fin y al cabo, sólo estamos de paso.

PD: haré esto cuando vaya en autobús. Yendo a pie no es lo más recomendable, no sea que metamos el pie en una zanja o pisemos algo que no debamos pisar. Ahora entiendo porqué tendemos a mirar hacia abajo.

domingo, 8 de octubre de 2006

Trampas


La gran tragedia de la mujer: haber caído en su propia trampa. Con eso ha demostrado que no tiene mucho que aportar al mundo.

sábado, 7 de octubre de 2006

viernes, 6 de octubre de 2006

Atascos



Madrugón (bueno, no ha sido tanto, pero para mí sí que lo ha sido). Después de no haber dormido de la mejor manera. Desayuno. Voy a coger el autobús que me lleva al campus. No tengo ninguna necesidad de ir, pero bueno, a uno le va la marcha y se apunta a un bombardeo con tal de ver gente conocido y así tener una excusa para hacer algún rato en el bar. El bus viene en seguida, pero hay muchísima gente en la parada, así que me mentalizo para tener que ir de pie y con un par de voluminosos libros bajo el brazo. Paciencia. Nada más arrancar, al cabo de unos pocos cientos de metros, el tráfico parado. Mal vamos. Mi mano se empieza a quedar dormida por el peso de los libros y la postura en la que los llevo (se hace muy difícil llevar libros, aguantar el equilibrio y estar agarrado a la barra del autobúis). Empiezo a tener calor. Los coches no se mueven. Avanzamos a paso de tortuga. ¿Qué estará pasando?. Maldigo a todo el mundo. Por el carril de al lado avanza una chica en un descapotable rojo. Lleva mala cara. Pienso que piensa que deben darle preferencia a ella y a su coche, por las pintas que llevan. No soporto a los pijos, pero mucho menos a las pijas (es que soy un poco sexista, qué le vamos a hacer). Poco a poco vamos adelantando. Pero muy poco a poco. Demasiado poco a poco. Me apoyo en el otro pie. Cambio la mano en la barra. Mi tripa, que lleva una temporada rebelde por las mañanas, comienza a rebelarse. Calores, sudores, escalofrío. La cosa tiene muy mala pinta. Me veo saliendo disparado del transporte en busca de algún servicio. El retortijón pasa. Menos mal. Pero se me queda mal cuerpo. No sé si por la rebeldía de mis intestinos o por el agobio de verme parado en una lata de sardinas. Segimos adelante. El personal parece tomarse con resignación el asunto. No nos queda más remedio, y además, estamos en la isla de la calma, así que hemos de seguir alimentando el tópico. No pasa nada. Doy por perdida la primera de las clases a las que hoy tengo que ir como oyente. En el fondo me alegro (a pesar de ir de forma voluntaria, ir a clase no deja de ser un palo, y por momentos me arrepiento). Guardias en los cruces. Debe de haber pasado algo gordo, porque esto no es normal. La verdad, no me preocupa demasiado. Lo que me preocupa es que aún no veo la causa del atasco. A lo lejos no veo ningún camión, ni nigún accidente, así que aún nos debe de quedar mucho de embotellamiento. La paciencoia se agota.

Al salir del casco urbano la cosa mejora un poco, y encaramos la carretera, que está bastante despejada. Loado sea el señor. Ya pronto llegaremos. Me bajo alguna parada antes de mi edificio para poder caminar. ¡Qué alivio!. Al llegar veo a los compañeros esperando en la puerta de clase. El profesor también ha llegado tarde y en seguida vamos a empezar la clase (y yo con la ilusión de habérmela perdido). Me informan de que ha habido un accidente en un polígono industrial. ¡Pero esa al otro extremo de la ciudad! ¿Cómo es posible que por un accidente, por muy aparatoso que haya sido, se colapse toda una ciudad?. Nadie se lo explica. En fin. Resultado: una hora para hacer unos 7 kilómetros, más del doble de lo que se tarda normalmente. Y la sensación de estar teniendo un mal día para toda la jornada. Y para colmo por la noche tengo que ir a trabajar, y con el día que llevo me espero lo peor.

Cuando nos vendieron el progreso, no nos contaron estas cosas (o estaba en la letra pequeña del contrato, vaya usted a saber).

jueves, 5 de octubre de 2006

Teleoperadores


Odio que me vengan a vender cosas. De pequeño me dijeron eso de que el que quiera peces, que se moje el culo. Y desde entonces desconfío de todo lo que parece fácil. No puedo con los del círculo de lectores (la mayoría de libros que leo no están en su guía), ni con los testigos de Jehová (en teoría estos no quieren que compres nada, lo cual es mucho peor). Pero en los últimos tiempos he de vérmelas con las compañías telefónicas que llaman para ofrecerte servicio "increíbles" a precios "sorprendentes". Son unos acosadores. De entrada les doy coba, a ver que me cuentan. Lo hago por pura maldad, para que pierdan el tiempo con un potencial cliente que no va a dejar de ser potencial (porque la verdad, el no lo tienen de antemano). Al final, ante su insistencia tengo que ponerme borde. Si les digo que no me interesa, me preguntan que porqué. Y como no tengo ningún porqué más que el de quitármelos de encima, les contesto cualquier impertinencia. Ya sé que los pobres empleados no tienen la culpa de nada, pero son el eslabon más débil y el que da la cara, así que los golpes de mi impotencia se los llevan ellos. La vida es así.

Hoiy me han llamado de dos compañías distintas para venderme sus internets. La segunda llamada ha durado como 20 minutos (cómo se nota que comen de esto, esta pobre gente). Al final he terminado preguntando qué tenía que hacer para que no me volvieran a llamar (ante la amenaza verbal de que el sujeto me iba a llamar dentro de 48 horas para ver si me lo había pensado, sin saber, el pobre, que yo pienso muy lento). Y lo peor ha sido la respuesta: que hasta que no conseguían que se les diga que sí a sus ofertas, pues no nos borran de las listas. ¡Toma ya!. Y luego nos vienen con el cuento del libre mercado y demás. El cliente decide. Sí, claro. No sé hasta que punto eso es legal, pero eso es lo de menos (supongo que es lo mismo que debe decir la compañía de turno, ya que mientras tanto habrá conseguido algunos clientes más fáciles de convencer que yo).

Nada, que sigan llamando, que yo seguiré contestando con la amabilidad que sólo les reservo a ellos. Y si alguno lee esto y me dice que ha leído mi blog, a lo mejor me pienso su oferta. Si no, mi respuesta va a ser NO.

PD: la contraseña será Gelassenheit.

lunes, 2 de octubre de 2006

Bucles


Hay lugares que parecen estar atrapados en un bucle temporal. En los que siempre que se pasa, ocurre algo que, aunque con diferencias, siempre es igual. Hay en mi ciudad unos cuantos de esos sitios, y siempre que voy por allí me ocurre lo mismo. Suele pasar cuando estoy en movimiento, paseando o en el coche. Me refiero a esos estrechamientos de calle en los que siempre te toca delante la señora con andador, o la pareja de viejecitos que ocupan todo el ancho de la acera y no dejan ningún hueco para pasar, o el turista que ha observado algún extraño detalle en una fchada y se para en seco, embobado a fotografiarlo. Eso cuando voy a pie. Si voy en coche no es muy distinto. Siempre tengo que ponerme en el carril que va más saturado y atascado. Y no importa que en el de al lado no haya nadie, porque si me cambio, entonces empieza a ir cargado. O el punto de las avenidas, más o menos a la altura de la calle General Riera (ya sé que no os importan los nombres de calles y demás, pero es para dejar constancia de la existencia de uno de esos sitios), donde pase lo que pase y a la hora que pase, siempre el tráfico se enlentece (a pesar de ser uno de los tramos más anchos de las avenidas).

Cada vez que llego a uno de estos puntos siento temor. Porque es inevitable que ocurra algo. Y siempre es algo que me etorpece (ahora mismo no me viene ningún lugar a la memoria que tenga una recurrencia positiva, salvo, tal vez, esa esquina donde siempre me encuentro a alguien conocido). Y siempre, siempre, siento un ligero estupor, y supongo que mi cara lo refleja. Me pregunto si realmente hay algo así como grumos temporales. ¿No os pasa lo mismo a vosotros?.

domingo, 1 de octubre de 2006

Impulsos

¿Qué excusa tendrían para matarlos?

No creo que en los fenómenos humanos haya causas (tampoco lo tengo muy claro en el mundo físico, sea lo que sea éste). Todo lo más, podríamos llamarlo excusas. Excusas que aprovechamos para dar rienda suelta a impulsos que en cualquier caso están ahí desde hace mucho tiempo. Tal vez desde siempre.